Textos Casuales

Casa Matilde

Retiróse la duquesa, para saber del paje lo que le había sucedido en el lugar de Sancho, el cual se lo contó muy por extenso, sin dejar circunstancias que no refiriese; diole las bellotas, y más un queso que Teresa le dio, por ser muy bueno, que se aventajaba a los de Tronchón. Recibiólo la duquesa con grandísimo gusto, con el cual la dejaremos, por contar el fin que tuvo el gobierno del gran Sancho Panza, flor y espejo de todos los insulanos gobernadores

En Libro II de Don Quijote de la Mancha, Capítulo LII, fin del capítulo

Casa Matilde da nombre a un restaurante en la localidad de Tronchón (Teruel), muy cerca de Forcall (Castellón), de Mirambel y de Cantavieja (Teruel), todos en el alto Maestrazgo, que comparten las dos provincias con Tarragona.

Quien no haya conocido todavía este restaurante debe apresurarse si quiere ver el último de los que quedan de esta clase. El anuncio de la casa en la propia casa no tiene nada de moderno, y carece de publicidad en la entrada del pueblo, que ya estaba allí hace, al menos, 406 años, y era conocido por Cervantes, al que cita en dos ocasiones.

Traspasas el dintel de Casa Matilde y ya te das cuenta que te encuentras en un santuario de la buena comida,

fuera de la actualidad,

y te arropa la certeza de que aquello va a ser algo fuera de lo común.

Se llama así porque Matilde es la dueña y la fundadora. Muy viejita ya, y menuda de tanta estatura que ha ido perdiendo con los años, pero con una sonrisa que le ilumina todo el rostro, y una elegancia que no resulta comparable a nada de lo que en estos tiempos llamamos elegante en las ciudades. Apenas se la ve mientras comes, pero sabes que está, y que es la Jefa. Cuando llega el momento de pagar, lo haces en una especie de habitáculo pequeño, algo así como “su habitación propia”, y allí está: es la que dice lo que vale la comida, la que cobra, la que te regala algo como señal de concordia y de bien.

El comedor es grande y proporcionado, de techos bajos y vigas vigorosas, generosas en madera de pino maciza, con ventanas muy rústicas, en donde cabía mucha gente; por supuesto con mesa reservada. Vi a personas en espera que empezaron a comer a las 16.15, cuando nosotros ya nos marchábamos.

El camarero era uno solo, tan rural y tan rústico como las ventanas y, a veces, una de las tres cocineras sacaba platos para colaborar, y solo una vez (que yo viera) lo hizo Matilde, que fue, precisamente, para servir a mi nieto Miguel lo que había pedido, no sé lo que debió llamarle la atención.

Tuvimos que esperar mucho en todos los tránsitos que hay en una comida, pero,

!!oh paradoja!!,  ” poco a poco ibas aceptando “la espera” a medida que veías que el restaurante no tenía ninguna prisa,

hasta, a veces, veías al “único” camarero parado y enredado con gusto en algún capricho, y no por ello te enfadabas. Allí no regía el tiempo del reloj, sino el tiempo pausado de la tranquilidad y del goce.

No había prisa,

ni se pretendía agradar a los comensales (la palabra “cliente” me resultaba ofensiva) con la atención rápida, sino, solo, con la atención de la comida que te servían, que era de excepcional calidad, sabor y gracia. 

Probé algunos platos y no fallaba ninguno; se percibía en el aire el intenso agrado de todos, cosa esta que jamás había visto en restaurante alguno. Por eso, nadie se quejaba de la tardanza en el servir,

no procedía quejarse de nada,

al revés,

comprendías la suerte de haber localizado un lugar sin prisa, fuera del tiempo, que llegabas a aceptar, y hasta admirar,

pues te querías llevar aprendido el “atrévete a esperar”. Y disfrutarlo.

Tuve la impresión que Casa Matilde había mantenido desde el comienzo el mismo tamaño,

que no necesitaba crecer para vivir bien y, por lo tanto, era absurdo “crecer” para vivir más que bien, cosa ésta que Matilde no la percibía deseable ni conveniente, pues… !viviendo bien, para qué más!

No sé qué pasará cuando muera Matilde. Quizá, con ella, se marche el alma de la casa.

¿Qué comimos?

Inútil decirlo. Por una vez, la información tendrá poco que ver con lo que encontraréis allí cuando visitéis Casa Matilde.

Pascual García Mora

Artículo escrito por Pascual García Mora, compartiendo pensamientos y reflexiones desde Scholé.