Des-esperanza
Podemos preguntarnos si esta conmoción social que estamos experimentando con la pandemia del COVID 19 va a dejarnos algún legado que dé paso a construir “una nueva normalidad”,
no la de “antes”, claro, que ahora ya sabemos que era vieja, y, por serlo, nos ha afligido y flagelado hasta límites próximos a lo insoportable.
Es seguro que los ciudadanos han cumplido con su parte (lo dicen todos los políticos y medios de comunicación), pero también cumplen los ciudadanos cuando votan en unas elecciones generales y no por ello estamos mejorando la política.
Habernos confinado no va a ser suficiente para construir por sí mismo una “nueva normalidad”, pues bien pudiera ser que esta sumisión a las normas tuviera más que ver con el miedo a “la muerte” que a la responsabilidad, pues de la vida cotidiana anterior traíamos experiencia de “muertos”, los cotidianos, los invisibles, pero no de “muerte”.
No veo claro que en semanas o meses vayamos a aparecer en un nuevo mundo postpandémico, en un amanecer a la altura de este tiempo tenebroso que estamos pasando.
Podría suceder, desde luego,
si lo empezáramos ya a construir a nivel individual,
si llegamos a comprender,
uno a uno,
que el dolor y la muerte que hemos visto y experimentado no llegaron para deprimirnos o devaluarnos, sino para hacernos madurar y cambiar.
Pero el punto de partida en el que estamos no presagia bien, por ello hablo de “desesperanza”:
1ª.- No tengo la sensación de que, como sociedad, nos estemos preguntando qué deberes estamos dispuestos a asumir para con el Estado a fin de que el Estado (del que forma parte la sanidad Pública) pueda asumir servicios y deberes con la sociedad;
qué deberes estamos dispuestos a asumir entre unos y otros, en términos de solidaridad activa, de maneras renovadas de luchar contra la pobreza y contra toda clase de pobrezas, incluida la pobreza de oportunidades.
No tengo la sensación de que, como sociedad, estemos pendientes de cuál queremos que sea el legado de la crisis y nuestra disposición a construirlo, pues seguro es que la “nueva normalidad” no llegará como llegan a la tierra, diariamente, los amaneceres. Por ejemplo: ¿continuaremos almacenando a nuestros viejos (a nuestros mayores, perdón) en residencias para que esperen allí morir?
Ni tengo la sensación de que, como sociedad, estemos preparados para hacer frente a las no improbables oleadas de patógenos secuenciales al COVID 19 en términos de miedo y de poderes fácticos al acecho de hacer negocio, no solo en términos económicos sino, también, negocio político a la caza de nuevos Césares contra las democracias liberales.
2ª.- Además, constato con desolación que, pese al estado de calamidad sanitario y económico en el que estamos, los partidos políticos que nos representan en las Cortes Generales no han modificado un ápice su comportamiento esencial: diferenciarse de sus rivales y del Gobierno para consolidarse en su confortable espacio de identidad.
En ello están,
están en nada sustancial,
ninguna de sus posiciones es “substantiva”
(lo hemos visto en todos los debates parlamentarios, incluso lo estamos viendo en la Comisión para la Reconstrucción Social y Económica).
Pura referencialidad: el posicionamiento tribal ha colonizado a los partidos (viene de lejos): puros onfalitas pendientes de no defraudar al grupo identitario en el que ya son influyentes.
Hacen política con una inmensa capacidad de mutación para mantener diferencias y, en consecuencia, con permanentes variaciones coyunturales de posición como manera apropiada de mantener y mejorar la hegemonía grupal que ya tienen: nada es esencial, relativismo puro:
cualquier oportunidad por escabrosa que sea la convierten en estratégica: es lo que hacen y parece que solo saben hacer eso.
Desesperanza, pues.
No podemos “esperar” a que llegue una nueva normalidad. “Esperanza suena a descansar, a siesta política.
Prefiero “desesperar”
desde la experiencia inmediata de lo que hemos perdido, de lo que nos falta:
es lo que nos puede posibilitar vivir esperanzados: hay pocas ocasiones tan propicias como ésta, no más de una o dos en cada siglo.