26 de mayo, viernes
Direcciones de la vida.-
La vida “no es de sentido único”.
Si el sentido de la vida fuese de una sola dirección…, esto es lo que sería el sinsentido de la vida, o la vida como absurdo.
Somos finitos, desde luego (no quiero olvidar las limitaciones, aunque tantas veces las olvide),
y contingentes, (tampoco quiero olvidar la casualidad de nuestro origen y la certeza de nuestro futuro):
nos nacieron y no podemos evitar ni el morir ni la muerte.
Pero, en el mientras, la vida tiene muchas rutas, y en todas ellas cabe la rebelión, primero, y la revolución, después. La voluntad de transformación nos evidencia que nada de lo que sale a nuestro encuentro está completo,
ni es uno sino vario,
ni es uniforme sino contradictorio.
Si lo reconocemos, podríamos afirmar que la vida bien merece la pena vivirla.
27 de mayo, sábado
La Soledad de los Mayores.-
Entre las soledades, hay una ligada a la vejez, que se caracteriza por su carácter de crónica, cómo crónicas son muchas de las patologías que los viejos padecemos.
La vida cotidiana nos ofrece la posibilidad de observar la soledad de estas personas, que, en muchas ocasiones, no desean salir de ella.
Podríamos decir que los ancianos han caído en la soledad, y aceptan esta caída.
No se trata, pues, de la soledad buscada que pudieron experimentar siendo adultos;
se trata de la caída en una soledad no buscada que, más de una vez, coincide o se manifiesta con plenitud con el fallecimiento del compañero o compañera de la vida, como si fuera la conclusión lógica de un duelo vitalicio, pues cuando la pérdida se produce en una edad ya avanzada puede percibirse y experimentarse como algo insuperable.
Esta soledad crónica ligada a la vejez se está convirtiendo en una soledad nueva, desconocida en épocas anteriores,
de la que resulta difícil salir,
de la que ya no se quiere salir,
porque exige, piensan, un esfuerzo que apenas tienen
y porque son muy pocas posibilidades de obtener resultados.
Y hasta pueden pensar algunos que con la soledad tan presente y tan segura no se pueden sentir solos, como si se tratase de una soledad amiga, recordando, quizá, soledades pasadas en donde lo habían experimentado así.
Se cuentan por millones las personas solas.
Han comprendido en muy poco tiempo que la cercanía de hijos y nietos es una externalidad, venturosa, pero externalidad. Saben, con saber de sabiduría, que no quieren vivir en los lugares que esta sociedad moderna ha pensado para ellos.
Y se dejan llevar, simplemente, por la edad de la corriente inexorable, como se comportan los ríos en el final de su recorrido,
con ánimo de no querer empezar nada,
con disposición de ir acabando lo que queda,
lentos por la vaga y desleída soledad de “su” páramo incansable.
Otros, los hay, los conozco, salen a la calle sin perder el equilibrio apoyados en su carrito de ruedas, y se desplazan a una cafetería donde le espera una tertulia de un amigo o de dos, aunque el camino les resulte diez veces más largo que a una persona no mayor, lo que demostraría que las cosas pueden ser de otra manera. Serían las cosas de otra manera si acompañara esa otra soledad imprescindible ligada a la lectura de libros (o a la escucha si no se pueden leer), pero para eso, ¡ay!, tendríamos que haber aprendido a vivir de otra manera.
Mientras, los hijos y las hijas hacen lo que pueden: con preocupación, con dolor, a veces con sentido de culpa. Saben que no se puede obligar a nadie a vivir como no desean, y saben, por ejemplo, que muchos no desean tampoco alargar el horario o los días de la señora que les hace faenas y, menos, contratarla como interna. La dificultad de los padres es, también, la dificultad de los hijos.
No es fatal lo que sucede. No tendríamos que acostumbrarnos a pensar que la vejez es así de inhóspita, de ineludiblemente solitaria. No debería rendirse la sociedad. Borges termina el Prólogo a “La rosa profunda” con este texto:
“La ceguera es una clausura, pero también es una liberación, una soledad propicia a las invenciones, una llave y una álgebra”.
Si la ceguera es, también, una liberación y una soledad propicia, ¿por qué no puede serlo, también, la vejez?
28 de mayo, domingo
.-
Leo en El País un artículo que escribe un Catedrático de Derecho Constitucional y miembro del Comité de Expertos del Instituto Europeo de Igualdad de Género.
El título del artículo es: “Las personas no binarias como problema”,
Con este esclarecedor subtítulo: “Los paradigmas tradicionales que nos habían servido para definirnos se hallan en descomposición y, como en cualquier época de transición, las tensiones, las dudas y los disensos son inevitables”.
A mí me ha servido para conocer un poco más y, sobre todo, para emocionalizar mejor lo que veo y pienso.