Mis nietos tienen 13 y 11 años, y este verano han viajado por tierras de Trieste, Eslovenia y Croacia.
Así lo vienen haciendo desde hace tres.
Cada vacación se van diez días con sus padres por Europa, con mi gran alegría de que se vayan acostumbrando a recorrer países, escuchar la música de los distintos idiomas que oyen, comprobar un estilo común de convivencia, usar una misma moneda, recorrer distintos Estados con un único documento nacional de identidad, vivir con naturalidad el paso de un territorio a otro sin la sensación de que los separa una frontera aunque en cada uno ondee su propia bandera.
Vacaciones en Europa a la vez que empiezan a aprender que no siempre fue así, que en la Europa de sus abuelos y bisabuelos, en la Europa anterior a 1945, esos países tan pacíficos que ahora visitan protagonizaron dos cruentas y crueles guerras. Y para que ese drama dantesco no volviera a ocurrir los europeos inventaron lo que ahora conocemos como Unión Europea, todavía hoy en proceso de construcción, todavía hoy amenazada de parálisis y hasta de destrucción, todavía hoy en fase de Proyecto Europeo sobre el que pesan graves problemas, entre ellos estos dos, los económicos y migratorios.
Problemas económicos provocados por la gestión ultraliberal de la crisis económica iniciada en 2008, seguida de una despiadada política de austeridad y una profunda y secuencial crisis social. Esta gestión ultraliberal ha generado inseguridad y miedo, miedo tan visible en este verano por quienes llegan a Europa desde países africanos en demanda de refugio contra guerras y persecución política, en demanda de hospitalidad y de trabajo para poder vivir. Miedo utilizado políticamente, no solo por partidos de extrema derecha, sino, también, por la llamada derecha civilizada dispuesta a hacer del problema de la inmigración un problema central interno (de cada país) y de la Unión Europea (elecciones al Parlamento Europeo en junio de 2019). En España, la derecha de siempre, la que acaba de elegir a su líder, también parece que está jugando esta carta. La carta a la que juegan estos partidos es la de los populismos exacerbados, la de los nacionalismos excluyentes, la del nacionalismo y la del autoritarismo, la de los procesos re-nacionalizadores que atentan contra la orientación fundacional de la UE, es decir, son partidos anti europeos, el más destacado, quizá, Viktor Urban, primer ministro húngaro con tercera elección, gobernante de Fidesz, Union Cívica Húngara, quien proclama que nos están invadiendo los musulmanes (¡!¿¿Cómo es posible que no lo expulsen del Partido Popular Europeo??!!).
Todo vale en relación con los inmigrantes para producir miedo y rechazo: exageraciones, falsedades, acritudes…. En los años treinta el chivo expiatorio eran judíos, masones, comunistas y gitanos. Hoy son los inmigrantes pobres. Pero la misma respuesta entonces y ahora: exclusión y nacionalismo agresivo. La misma respuesta: el discurso manipulador y un sistema propagandístico muy eficaz.
¿Qué debe hacer Europa?
Dudar lo imprescindible (con los fascistas a las puertas, detenernos y gastar el tiempo en acariciar diferencias entre socialistas, liberales y populares es no atender lo esencial, sobre todo en la importantísima preparación de las ya próximas elecciones al Parlamento de Estrasburgo);
fortalecer lo común (unir fuerza con todos los partidos que tienen sus raíces culturales en la democracia y en el Estado de derecho);
no dar dos pasos atrás, sí un paso hacia adelante en el doble sentido de impulsar una política de crecimiento económico y de solidaridad social con los países más frágiles y combatir el discurso manipulador y demagógico.
¿Efecto llamada?
La decisión del gobierno español de ofrecer el puerto de Valencia para acoger a los migrantes que viajaban en el buque Aquarius sí se ha convertido, felizmente, en un efecto llamada, llamada a la conciencia de los europeos de que tenemos que cambiar y hacer las cosas bien (de acuerdo con el derecho internacional, europeo e interno) y con bondad. Por eso quiero terminar con un elogio a aquella decisión del Presidente del Gobierno español Pedro Sánchez, elogio pleno, sin matices, porque cuando lo que se elogia es grande porque abre caminos nuevos a la Unión y a la cooperación internacional, no quiero que sucesos me lo impidan.