Primera Etapa

La política hecha banalidad

“Fue como si en aquellos últimos minutos resumiera la lección que su larga carrera de maldad nos ha enseñado, la lección de la terrible banalidad del mal**, ante la que las palabras y el pensamientos se sienten impotentes”.**

Así termina Hannah Arendt “Eichmann en Jerusalén”, texto que figura en la página 368 en la edición de DEBOLSILLO, de 2015.

El diccionario de la RAE dice de “banal”: trivial, común, insustancial. Pero desde que hace casi sesenta años Annah Harendt pensó, y habló, y escribió sobre la banalidad del mal, esta expresión definitivamente acuñada significa, sobre todo:

  • la capacidad de los seres humanos de no sentir el mal que hacen,
  • la capacidad de ignorarlo y de calificarlo,
  • la capacidad de no sentirse responsables.

Casi a diario se producen comportamientos atroces de muy diversa índole de los que informan con detalle los noticiarios de las televisiones y los programas de radio. Frecuentemente, cuando los periodistas preguntan a vecinos, a gentes del pueblo donde vivía el verdugo, se encuentran con la respuesta de que era una persona “normal”, que no llamaba la atención, incluso que era un buen vecino…, pasa aquí y pasa en otros países, hoy, sesenta años después de los pensamientos de Arendt sobre las experiencias que vivió en primera mano. Y quizá sean personas simpáticas, serviciales que, en unas ciertas circunstancias, se convierten en criminales sin escrúpulos. O en simples malvados.

No me voy a  referir a la banalidad del mal en la vida cotidiana, sino a “la banalidad del mal político, al mal en tanto que seres interdependientes que gestionamos a través de la política  intereses comunes, intereses generales.

Y me quiero referir desde el pensamiento, pensando lo que es, aplicando el pensamiento a lo que hacemos y no hacemos,

en términos de responsabilidad y de juicio;

en términos de un hombre, un voto, una opinión, un criterio.

Con un hombre, un voto…podemos elegir la guerra, o las políticas racistas, o la venta de armamento, o preferir la barbarie al aburrimiento. ¿La guerra? ¿Por qué no? Sería divertido (¡!!).

Con un hombre, un voto podemos deteriorar la democracia y potenciar el autoritarismo, lo que resulta ya muy evidente.

Un hombre, un voto, una opinión, un criterio: esto es otra cosa.

Porque no basta información, requiere conocimiento, saber. La información se transfiere; el conocimiento no se puede transferir, exige apropiación, rumia, metabolización. El mar y los ríos de la vida están atiborrados de basura informativa, no menos que el mar y los ríos de la naturaleza están invadidos y acosados por montañas de plástico.

La irreflexión,

la pereza de pensar,

el abandono del discernimiento,

la saturación de información siempre intencionada,

los obscenos deseos de felicidad (ese imperativo, ay, de “sed felices”, lo que nos faltaba, ser felices por imperativo en la imperativa sociedad del hiperconsumo…, qué mal cosa está de los “hiper” ),

la ausencia de humanidades en la formación…

cosas todas ellas que nos deshumanizan, nos orientan a comportamientos de desastre sin remordimiento individual alguno. La progresiva destrucción del espacio público y democrático hace muy difícil el comportamiento responsable de los ciudadanos sobre el cuidado y mantenimiento del mundo, del entero mundo, de la casa común de la política, y de nuestro pequeño mundo. El mal empieza siempre con la deshumanización del enemigo; conseguir la obediencia (dominación) cotidiana es el principal mecanismo del mal. La machacona repetición de un concepto, de un reproche, de una palabra, las denuncias dosificadas… buscan consensos sociales aprobatorios o denigratorios…!! fanáticos y compulsivos!!: ese es uno de los arranques de la banalidad de la política.

Estamos perdiendo el diálogo solitario y silencioso que es el pensar.

Soledad y silencio: sin estos espacios personales somos vulnerables al engranaje,

a ser piezas anónimas de lo que se hace,

incluso a hacerlo nosotros…

!sin darnos cuenta!,

¡sin sentirnos responsables!,

¡sin dolernos!

Esto dijo de sí mismo Eichmann: no maté, ayudé a matar y toleré que mataran. Los populismos se emplean a fondo en las tácticas de manipulación que se cargan la democracia proclamando recuperarla.

Mienten, decimos, pero nos creemos sus mentiras. ¿Quién es más responsable, el que miente o el que se cree la mentira? Si no creyésemos las mentiras, el mentiroso se desinflaría él solo.

Somos individuos plurales (no individuos individualizados).

Intersubjetivizamos.

Somos responsables colectivos de lo que pasa en el mundo: Este es el antídoto contra la banalización de la política. Y de lo que pasará: “es de nuestra responsabilidad, también, proteger a nuestros descendientes de las consecuencias de nuestras acciones presentes” (Hans Jonas)

Hablar de política no es, principalmente, hablar del Gobierno, es, sobre todo, hablar de nosotros mismos. La responsabilidad es el centro de la política y de la ética. Y el fundamento de nuestra dignidad.

Pascual García Mora

Artículo escrito por Pascual García Mora, compartiendo pensamientos y reflexiones desde Scholé.