Allí, en los Campos Flegreos, tierra de fuego, tierra quemada, traspasada de volcanes, muchos de cuyos cráteres son hoy lagos de aguas termales,
allí, en la parte norte de la bahía de Nápoles, en ese trocito de mar donde se acumula la mayor densidad de pensamiento clásico,
allí…, en la ciudad de Cumas,
junto al lago Averno por cuya vertical no podían pasar las aves porque fenecían, y por eso se llamaba “Averno”,
**allí ,**el poeta Virgilio situó la boca del Infierno,
y allí vivía la famosa Sibila que Miguel Ángel llevó a las alturas de la Capilla Sixtina donde sigue reinando con toda su mítica vejez a la vista, con todo el esplendor de los colores recientemente restaurados.
Huc ubi delatus Cumaeam accesseris urbem,
divinosque lacus et Averna sonantia silvis,
insanam vatem aspicies, quae rupe sub ima
fata canit foliisque notas et nomina mandat.
Cuando llegues a la ciudad de Cumas,
la de los lagos divinos,
boca del Averno con rumor de selvas,
verás a la vidente, que, en delirio
dicta oráculos en su cueva, y las palabras
en leves hojas de árboles confía.
Traducción propia
Quiero recordar, queridos lectores, este pasaje del Libro III de la Eneida,
en este tiempo tan desgraciadamente epistemologizado, en el que la verdad parece que pierde,
no a causa de las mentiras sino por causa de la plaga de credulidad que nos invade,
desde !!ay!!! una actitud ignorante y pasiva de tantos ciudadanos que olvidan que la verdad se descubre haciéndola,
con esfuerzo,
pacientemente,
lejos de ocurrencias propias o siguiendo las ajenas, aunque sean multitudinarios los otros,
no aturdidos por la aparente comodidad de seguir lo visceral sobre lo racional, de lo engañosamente simple sobre lo honestamente complejo…
Los griegos y los romanos acudían a las fascinantes Sibilas por su capacidad de entrar en contacto con lo desconocido y vaticinar el futuro. No lo hacían por indolencia, sino acuciados por el deseo de salir de la ignorancia de tantas cosas que no sabían (sabían que no sabían y querían saber),
la ignorancia les creaba incomodidad intelectual y la afrontaban:
así surgió la filosofía,
así se desarrollaron las ciencias
así prosperó el conocimiento oracular,
los “fata canit” del exámetro: vaticinios, oráculos, respuestas, destino, desgracias, beatitudes…, y un cierto “amor fati”, como el no querer que algo sea distinto de lo necesario,
de manera que coexistieron, positivamente, estas tres maneras de saber, resultando, a veces, difícil fijar dónde finalizaba uno y dónde empezaban los otros: se complementaban. (He dejado sin citar las Religiones, la Biblia está llena de vaticinios).
Nuestro antepasados griegos y latinos ni eran crédulos ni eran arrogantes: querían saber. Nosotros, habitantes del siglo XXI:
- nos conformamos con la convicción (que sustituye a la verdad),
- nos conformamos con la creencia (que sustituye a lo contrastado), cualquiera en cualquier punto de la Red puede decirnos algo en lo que creer que sea de nuestro agrado,
- nos instalamos en lo que queremos creer, es decir, en nuestros intereses individuales, tal como los acepcionan Bolsas, Bancos y Mercados, pues, al fin y al cabo, detrás de las creencias hay una mente y un inconsciente modelados por la propia biografía y el relato propio y ajeno.
Quienes acudían a Cumas o a Delfos desafiaban la incertidumbre y se arriesgaban a escuchar lo inconveniente, eran unos héroes de la verdad; hoy, los algoritmos que entre todos creamos buscan acertar-nos en lo que nos gusta o podría gustarnos, más parecido a caprichos que a preferencias, y responsables de esta sociedad alisada y anestesiada en la que fantasiamos vivir.
La lujosa, narcisa, arrogante instalación en la ignorancia.
Ya Moisés quiso blindar a su pueblo contra las fake news y esculpió en piedra “no mentirás”; hay que hacer, pues, otra cosa para hacerles difícil la vida: acabar con la credulidad que crea la ignorancia, y con la cara dura de quienes todo vale con tal de machacar al adversario político.