Es, en verdad, el mentir un vicio maldito. Solo por las palabras somos hombres, solo por ellas estamos unos con otros en mutua dependencia. Si conociéramos el horror y la gravedad del mentir, lo perseguiríamos hasta la pira con mayor justicia que a otros crímenes. La mentira y la obstinación son a mi juicio las faltas cuyo nacimiento y desarrollo deberíamos combatir en todo momento.
Montaigne, Ensayos, Libro I, Capítulo IX, página 103, en la edición bilingüe de Galaxia Gutemberg
Al calor de este texto , vamos a referirnos a Josep Borrell quien, recientemente, rectificaba su crítica a unos jóvenes que protestaban por el cambio climático. Borrell es el Alto Representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad Común en el ejecutivo de Úrsula von der Leyen.
El cinco de este mes de febrero, el Alto Representante, en una reunión acompañando al eurodiputado del PP José Manuel García Margallo que presentaba un libro con sus Memorias, comento así en un momento de la charla:
“A mí me gustaría saber si los jóvenes que salen a manifestarse en las calles de Berlín para que se tomen medidas para luchar contra el cambio climático son conscientes de lo que les van a costar, y si están dispuestos a rebajar su nivel de vida para compensar a los mineros polacos que, si luchamos contra el cambio climático de verdad, se van a quedar en el paro y habrá que subsidiarles”.
Impecable la reflexión,
ni siquiera tenía contenido afirmativo sino interrogativo;
reflexión respetuosa y sugerente…,
¿o nó?
¿o acaso pensamos, de manera inocente y piadosa, que las políticas contra el cambio climático van a ser baratas?
¿o nos sentimos tan “puros” que no es correcto que los demás duden de nuestra propia coherencia entre lo que reclamamos y los propios comportamientos?
¿o nos sentimos intocables en aquello que reivindicamos?
Pues bien, a Borrell le llovió la bronca por decir lo que él pensaba que era verdad (yo también lo pienso, pienso acerca de tantas veces que reclamamos mejores servicios públicos pero nos airamos si nos tocan nuestros impuestos). Incluso rectificaron a Borrell miembros de la propia Comisión, hasta el punto que creyó necesario rectificar alineando decorosamente su discurso dentro de la corriente populista que nos invade:
“Los movimientos juveniles que luchan contra el cambio climático tienen todo mi apoyo e inspiran a los políticos y a la sociedad. El cambio climático es uno de los mayores desafíos geopolíticos, no podemos permitirnos el coste de la inacción”.
Y, en línea con el toque de atención que Borrell recibe de Los Verdes alemanes y de la propia Comisión Europea, la Vicepresidenta del Gobierno Español Teresa Ribera, titular de la Transición Ecológica, retrucó a Borrell en estos términos:
“Los jóvenes son crecientemente conscientes del elevadísimo coste que tiene no actuar contra el cambio climático; agradezco y respeto profundamente que se manifiesten”.
No me extraña que Félix de Azúa reaccionase en la columna de El País del día 11 de febrero en estos términos:
“No son buenos tiempos para la verdad. En 10 años el valor financiero de la mentira ha ido subiendo hasta romper todos los techos. La mentira es enormemente rentable. Con mentiras se alzan presidentes, con mentiras se rompe la Unión Europea, con mentiras los bancos se arman de policías cabrones, con mentiras se destruye a la oposición, con mentiras se presentan currículos y doctorados sublimes, con mentiras se hacen naciones. La mentira es una inversión sin riesgo y con altísimos beneficios”.
Reacción esta de Félix de Azúa que ha sido una excepción dentro de los intelectuales, de los medios y de las tertulias políticas: no es rentable esta reacción del filósofo Azúa, son más rentables los silencios que buscan de manera implícita el provecho propio en el formato de evitar el perjuicio propio.
No me extraña que Adela Cortina recientemente haya dicho, una vez más, que “la posverdad ya no es una lacra a extirpar, sino un instrumento para alcanzar objetivos individuales y grupales”.
La posverdad, ¡!ay!!, es la verdad de los míos.
Así las cosas cuán difícil veo hacer frente y ganar a los populismos y polarizaciones reinantes.
Una atrocidad del fascismo fue que, más/menos, nos hizo malvados a todos (por acción o por omisión); un efecto malvado de esta posverdad instalada es que nos hace más falsos y cobardes a todos (por acción o por omisión).