Primera Etapa

Quejidos cordiales

Tentavit Deus Abraham et dixit ad eum: ¡Abraham, Abraham! At ille respondit: Adsum. Ait illi: Tolle filium tuum unigenitum, quem diligis, Isaac, et vade in terram visionis: atque ibi offeres eum in holocaustum super unum montium quem mostravero tibi.

Quiso tentar Dios a Abraham y le dijo: ¡Abrahaaaam!, que le respondió: aquí estoy para lo que quieras. Y Dios le dijo: Coge a tu hijo unigénito, al que tanto amas, Isaac, y viaja a la tierra de la visión, y, allí, me lo ofreces sacrificándolo sobre uno de los montes que te mostraré

Génesis, arranque capítulo 22, texto Vulgata, traducción propia.

Los días hospitalarios son muy distintos a los habituales. Y de los días de la semana, el domingo es el más peculiar, un día con sus rutinas, sí, pero un día como para que no pase nada.

Me llega el médico del domingo,

de ocasión,

que va a ver a unos enfermos que ingresó allí días antes y que ya no estarán el próximo domingo,

se planta ante el enfermo con rostro difuso, alexitímico, y saluda (¿) con un “qué me cuenta”,

a un enfermo que lleva días,

tiene cara indisimulada de preocupación y, después de la pregunta, de estupefacción; como el enfermo piensa que le “debe” una contestación, repregunta: ¿por dónde empiezo? Y seguido, el paciente oye: por donde quiera.

Aunque sea domingo, el hospital bulle de vida por dentro, no es la ciudad pero es otra ciudad,

en la habitación donde ingresé ya estaba un enfermo de 55 años, muy huraño de aspecto, con una madre y un padre que llegaban cada mañana antes de las ocho. La madre de 79, pulcra, animosa, alegre, cariñosa, eficiente. Le pregunté a mi compañero de habitación con quien vivía él y me contestó: 

“con mis padres ¡por desgracia!”

La manera habitual de relacionarse con su madre era el exabrupto, su madre, entregada, que bien sabía que no iba a responder, ni a cambiar la amabilidad infinita de su rostro, y en cuya casa seguiría viviendo con su hijo de diez años. Le dieron el alta poco después.

Dos días antes de mi alta hospitalaria,  ingresó un enfermo de 50 años, fumador empedernido, con pronóstico muy inquietante. Dos hijas que vivían con él se turnaban: la primera, de 19 años, muy delgada, con un hijo de dos, alanceada y tatuada; la segunda, de diecisiete, muy obesa, con su móvil permanente,

ambas cariñosas con su padre pero agresivas cada vez que el asunto se torcía: “Puedes seguir hablando, papá, ya no te escucho”.

¡!Qué sensación tan tenebrosa para mí: la crueldad no acaba con la enfermedad grave de un padre!! 

Todo lo que cuento me lo encontré, porque una habitación para dos no puede ser una habitación para uno. Y así

encontré

el tabaco escondido del padre,

que gestionaban las dos hijas.

El padre y la hija de turno salían de la habitación, él, por supuesto, conduciendo el árbol de goteros, hacia algún lugar discreto del hospital, incluso  hacia el jardín de abetos y, quizá, a sentarse en un banco debajo del magnolio en plena floración para mis delicias, pues les oí hablar sobre si eso era viable. Media hora después regresaban.

¡Ay!!, cuánta vida en tan pocos días de mis cinco doloridos días en los que descubrí que hasta leer puede resultar imposible.

¡!Ay!! la pulcra madre de Rafael,

tan inquebrantable, 

tan natural en la relación con su escalofriante hijo.

Desde su ejemplo le digo,( y me digo, y digo a quien quiera leerlo), desde esta lejanía insuperable:

todo por lo demás, no;

todo por tu hijo, tampoco.

Todo  Es  Solo  Para Dios,

que le pide a Abraham el sacrificio de su hijo Isaac.  Dios es lo sagrado, y lo pide todo, y lo exige, y puede hacerlo, por que es Dios, El que es. Ningún rol humano incluye comportamientos de Todo, pero sí los incluye la cultura. Morirás junto al maltrato de tu hijo, con esa entrega total a los hijos que los siglos te han enseñado y que nada tiene que ver con tu libertad.

¡!Ay!!, o vosotras chicas de hoy, de 17 y 19 años, que os llamáis  Dika, Anactoria, Grinno, Attys,

no es bastante  la edad,

ni suficiente son los caprichos,

ni las emociones a la carta avalan algo en torno a vuestros intereses;

no son suficientes estas cosas para empezar a abandonar el largo invierno de las mujeres y para fértiles anuncios de primaveras renovadas: quizá os sea necesario pasar ratos alrededor de la lectura de Safo de Lesbos, vuestra feliz antecesora, y de tantas otras que lo fueron. 

¡!Ay!! el médico hospitalario del domingo. No tenemos solución ni a corto ni a medio. Fallamos desde primero de carrera. No os enseñan uno de los dos cometidos de vuestro oficio: atender, que es “tender hacia”, mirar al enfermo, estar con él.

No queréis enfermos, queréis enfermedades.

Ni os dicen que “atender“es una de las maneras eficientes de curar.

Y cuando empezáis a ejercer vuestra profesión, tenemos la impresión que el enfermo os molesta: que los aplausos en los balcones de estos meses no os equivoquen.

Pascual García Mora

Artículo escrito por Pascual García Mora, compartiendo pensamientos y reflexiones desde Scholé.