“Qué buscas aquí?”, le preguntó Zarathustra, asombrado.
“¿Qué voy a buscar -replicó aquél-. ¡Lo mismo que tú, aguafiestas! ¡La felicidad en la tierra!
Y para ello quisiera aprender de estas vacas.
Pues has de saber que llevo ya media mañana hablándoles, y ahora iban a contestarme.
¿Por qué has venido a alborotarlas?
Si no nos convertimos y no nos hacemos como las vacas, no entraremos en el reino de los cielos. De ellas tenemos, en efecto, una cosa que aprender: a rumiar.
Y, en verdad, si el hombre conquistase el mundo entero y no aprendiese esa única cosa, el rumiar, ¿de qué le serviría todo lo demás?
No escaparía a su tribulación, a su gran tribulación, que hoy llamamos náuseas.
¿Quién no tiene hoy llenos de náuseas el corazón, la boca y los ojos?
¡Tú también los tienes!
¡Pero contempla, en cambio, esas vacas!”.
Nietzsche, en Así habló Zarathustra, Pasaje de El mendigo voluntario, Austral, quinta impresión 2020, página 291,
(El entrecomillado no incluye la topografía del texto, pasaje ya utilizado en este Blog).
Y Fabio Morábito escribió este poema:
“Como delante de un prado una vaca
que inclina mansamente la cabeza
y solo la levanta para contemplar su suerte;
o como una ballena,
estacionada, justo, en la corriente de una migración de plancton,
a veces, me sorprendo estático,
y hundido,
estacionado en medio del gran prado del lenguaje.
Pero no tengo dos estómagos
y hasta la vaca busca, cata, escoge, separa la hierba que le gusta,
no es un edén el prado, es su trabajo,
y la ballena, cuando come el plancton,
separa las partículas más gruesas,
se gana el pan diario, su inmenso pan,
buscándolo en el fondo de los mares…
después emerge,
expulsa el diablo de su cuerpo y vuelve a sumergirse
sin saber si come el plancton o lo respira.
No es fácil ser cetáceo ni rumiante
y yo no tengo doble estómago, y con uno
hay que escoger, no todo sirve,
solo la poesía no desecha,
ve el mundo antes de comer.
¡Mundo en ayunas!,
¿a qué sabes?
Poder hacer una única ingestión que dure de por vida,
que con un solo almuerzo nos alcance
y tener toda la vida para digerirlo…
Tener un grado de asimilación inmenso,
saber que todo se digiere
y lo perdido da un rodeo y regresa.
Por eso escribo: para recobrar
del fondo todo lo adherido,
porque es el único rodeo en el que creo,
porque escribir abre un segundo estómago
en la especie.
El verso, con su ácido, remueve las partículas
dejadas por el plancton de los días
y a mí también, como el cetáceo,
me sale un chorro a veces,
una palabra vertical que rompe el tedio de los mares”.
Fabio Morábito,
En “Delante de un prado una vaca”,
Visor poesía, primera edición 2013,
páginas 139 y 140. (La topografía del texto está levemente modificada, y, también, han desaparecido algunos signos gramaticales y han aparecido otros)
Yo añadiré:
El impacto de ese rodeo que me hace regresar a lo perdido,
y hasta hace posible recobrar el tiempo que se fue, recobrar, del fondo, todo lo adherido al fondo:
merodear con inquietud lo que pensamos.
Me estimula leer en palabras de Nietzsche el “Cántico espiritual franciscano”, y su consejo de contemplar esas vacas.
Me sugieren ambos textos re-flexionar con seriedad:
como las vacas, como las ballenas,
que permita vivir la vida reflejando menos, “porque la primera de todas las fuerzas que gobiernan el mundo es la mentira” en su gran variedad de construcciones (el entrecomillado es el arranque del libro de Jean-François Rével “El conocimiento inútil”, en Página Indómita).
En la ignorancia estamos, pero la mentira la construye el hombre, de manera que bien podemos decir que el enemigo del hombre está en el hombre mismo, en su conocimiento y en su honestidad.
Por eso, hoy he querido traer aquí, juntos, estos textos, que tanto me parecen prosas poéticas como poemas alisados.
(Aunque buena cuenta me doy de que no es fácil ser ballena ni vaca: no lo fue antes, no lo es ahora).