La política se asocia rápidamente con el poder. También respecto a este concepto hay cierta precipitación, pues las relaciones de poder han desbordado la esfera de lo que consideramos política. Si pensamos en Maquiavelo y Hobbes, padres de la teoría política moderna, vemos que las instituciones políticas, sus prácticas e instrumentos van mucho más allá. Esto ha sido importante porque nos permite entender mejor nuestro mundo y nos da claves para intervenir en él. En este sentido, Michel Foucault explotó a fondo la noción de poder, que él llamaría biopoder. Sin embargo, puso sobre la mesa la cuestión de hacer compatible una idea de seres humanos pasivos y sujetos a una todopoderosa matriz de poder con la vivencia de la libertad.
Por un lado, hemos llegado a ser autómatas a lo largo de la historia. Este proceso se ha acelerado, intensificado y se ha extendido a todas las sociedades. A partir de la era moderna la constitución del gobierno como un poder absoluto gira su interés sobre la vida de sus súbditos; del poder decidir sobre cuando un súbdito debía ser torturado y ejecutado se pasa a querer gobernar cada aspecto de la vida, de cómo vivir la vida. Esta intensificación sigue avanzando imparablemente; desde la tendencia sexual constituida, promovida y vigilada del siglo XIX en la época victoriana hasta las estrategias de gobierno mental del neoliberalismo en la actualidad. Foucault tematizó todo esto mediante conceptos de biopoder y gubernamentalidad. Que esto sucede a escala global puede apreciarse en el bien conocido fenómeno de la globalización.
Una explicación pesimista podría ser la hobbesiana, cada individuo es igual que los demás en deseos y necesidades. Esto, según él, en lugar de ser el pegamento de la comunidad en sentido positivo; por ejemplo, considerar la comunidad de necesidades y anhelos como un acicate para la unión, Hobbes lo describe como un estado de guerra de todos contra todos. En sentido negativo, los seres humanos renunciamos a parte de nuestras aspiraciones y libertades para sobrevivir. La consecuencia es que una vez constituido el Leviatán, la obediencia humana es inevitable porque ese poder que se sitúa por encima de todos los individuos tiene como primera meta autopreservarse, muchas veces, incluso a costa de los intereses de los sujetos que se ven forzados a ceder en sus prerrogativas “naturales”.
Cuando el poder absoluto evoluciona, o se perfecciona, vemos que la coerción y el soborno, en tanto herramientas para obtener la obediencia, se ven desplazadas por formas más sutiles de lograr la docilidad de la gente. El saber y sus instituciones tuvieron desde siempre la función de producir discursos para convencer mediante la razón sobre la conveniencia y necesidad de que ciertas cosas se hicieran, que al fin y al cabo es la meta del ejercicio del poder, del ejercicio de la gobernanza. Por eso Foucault utilizaba la expresión saber/poder, como instancias autónomas pero que operan inseparablemente. Y en este sentido se puede decir que estamos llegando a ser autómatas; al Leviatán le interesa la obediencia total, un cuerpo humano modelado con capacidad para trabajar, y eso implica pensar y tomar decisiones, pero que no ofrezca resistencia alguna. El neoliberalismo puede pensarse en una modalidad de biopoder que gobierna la mentalidad de los sujetos para hacerlos totalmente dóciles pero conservando la apariencia de ser libres, eso sí, dentro de la ordenación establecida.
Se trata de optimizar los procesos de persuasión en términos de costes, ya sea tiempo o dinero. De manera que todo el saber sobre nosotros mismos se utiliza y se utilizará para que el gobierno mental de la gente sea más eficiente, es decir; más inconsciente, más anticipado y más determinado. De ahí que cuando se habla de que el poder constituye a los sujetos, lo que se quiere decir es que desde el nacimiento el proceso de socialización se dirige a que las personas perciben como naturales ciertos comportamientos, como indiscutibles ciertas verdades, y como necesarias cierta ordenación de la sociedad.
Con todo, esta imagen pesimista sobre la motivación humana para vivir en comunidad y las terribles consecuencias que tiene para su propia condición humana, no puede ser completa. Si lo fuera todo comportamiento humano quedaría predicho, determinado, utilizado. El último Foucault también buscó aquellos comportamientos que escapaban a esa lógica instrumental que nos reduce a yoes, espacios de libertad, encerrados dentro de autómatas. Lo encontró en la parresia, en la amistad gay, en la actitud crítica, en la interrogación del poder, en el arte… en todas ellas hay un sujeto que se resiste a, que rompe con la verdad dominante, que actúa diferente y que compele a otros a visibilizar verdades disidentes razonando con otros.
La frase “In necessariis unitas, in dubiis libertas, in omnibus caritas” (En caso de necesidad, unidad, en caso de duda, libertad, y en cualquier caso, compasión), ejemplifica esta contradicción entre ser autómatas y ser libres, que es sólo aparente. Por un lado, el poder ordenador de la sociedad extiende e intensifica la necesidad, intenta eliminar la duda o reducirla al máximo, e instrumentaliza los sentimientos para segregar e incitar. Por otro lado, desde una actitud filosófica y crítica, se intenta mostrar que lo necesario es contingente, que la duda debe buscarse incluso en nuestras más íntimas convicciones, pues es muy posible que el poder las haya puesto en ti a hurtadillas, y que la compasión es menos manipulable cuando es universal, es decir; cuando incluye a todos los seres humanos y no cava trincheras.
En cualquier caso, parafraseando lo que tan bellamente afirma Emilio Lledó en alusión a la alegoría de la caverna de Platón “la vida humana es vida porque siempre hay un prisionero liberado, y un sol esperado”, podríamos decir; la vida humana es vida porque siempre hay un obediente autómata que (des-)obedece, y un nuevo reto le aguarda”. El reto es creado por el propio ejercicio ético-político que el autómata ya liberado lleva cabo pensando con otros. Justo como en nuestra Skolé.