En 1941 se publicaron las cartas entre Rilke y Adelmina Romanelli, con el título de “Lettres à une amie vénitienne”, escritas en un espacio de cinco años, entre 1907 y 1912.
Rilke escribió una extensa obra en prosa y, de ella, la mayor parte dedicada a correspondencia. Sus diez mil cartas ponen de manifiesto lo intensamente que estuvo relacionado con gran variedad de personas en toda Europa y, a través de ellas, la amplia información sobre lo que se percibía y se sentía en el espacio europeo. Pero también sus cartas son un mirador excepcional para conocer el pensamiento de Rilke, pues en ellas trataba los temas sustanciales que le preocupaban de manera permanente.
Parte de esta correspondencia iba dirigida a amigas con quienes intercambiaba una intensa vida afectiva. Las cartas de amor de Rilke nunca eran, solo, cartas de amor: es uno de sus encantos, pues el principio del amor se experimenta y trata como lo más incluyente.
Cuando inicia la correspondencia con Adelmina, Rilke tiene 32 años y es el comienzo de una singular historia de amor, singularidad que no tenía su origen en la mujer, que experimentó un súbito y arrebatador enamoramiento desde que lo vio llegar a su casa, en Venecia, Zattere 1471, ese preciosísimo mirador a la laguna. Esta reacción es de lo más común, tan común que es la establecida, la que se piensa como deseable, la que responde a determinados cánones propios de la sociedad occidental. Rilke, en cambio, fue siempre una excepción, incapaz de mantener una relación afectiva de estas características con las muchísimas mujeres con las que se cruzó. La capacidad de seducción de Rilke era muy notable, pero nunca consintió entregarse de una manera absoluta a nadie. Nunca fue una opción para él.
Pero no fue esto lo que se ha interpretado por los estudiosos de Rilke, que valoran sus razonamientos orientados a sostener una posición en términos de simples racionalizaciones que ocultan su incapacidad de amar, instalada ya en su subconsciente desde la temprana edad a causa de las difíciles y agresivas relaciones materno-filiales desde bien pequeñito. Esta es la idea que prevalece en los libros y ensayos que he leído.
Tres mujeres permanecieron siempre cerca de Rilke, aunque no convivieran siempre en la misma casa, dos de ellas coincidían en ser mayores en edad:
la primera fue Lou Andreas-Salome, catorce años mayor que Rilke;
la segunda, Marie von Thurn und Taxis, 20 años mayor.
La relación con ambas se mantuvo siempre y fue de lo más fértil y provechosa.
La tercera fue Clara Westhoff (1878-1954), escultora, esposa y madre de su hija; se separaron muy pronto, pero nunca se divorciaron. Se lo plantearon y decidieron no hacerlo y permanecer siendo confidentes profesionales y familiares, de manera intensa hasta 1913, y, menos, después. Ninguna de estas tres mujeres estuvieron en el hospital suizo donde murió Rilke, ni estuvieron el día de su entierro, aunque la princesa Marie von Thurn envió una corona de laurel que echaron sobre el ataúd. Sí estuvieron otras mujeres: Nanny Wunderly, que conoció en Suiza en 1919, experta en arte y en literatura, siempre fiel y protectora del poeta, que puso a sus disposición el castillo de Berg, en Irchel; Lou Albert-Lazard, que hizo excelentes retratos de Rilke y excelentes traducciones de sus obras al francés; Alma Moodie, amiga australiana y violinista en Fráncfort, que hizo sonar su violín en la montaña suiza.
Las mujeres con las que se relacionó fueron muchas, mantuvo relaciones muy cercanas y amorosas, apasionadas incluso, aunque de duración variable, y siempre era Rilke quien, llegado un momento, las enfriaba o incluso las hacía entrar en crisis. Una de ellas fue la relación con la bellísima “amiga veneciana”.
Tuvieron una relación intensa que, a veces, era presencial en Venecia y la mayor parte del tiempo lo fue por correspondencia, intensa, pero inclemente, por la imposibilidad de casar los deseos de Adelmina y los deseos de Rilke.
Adelmina quería…lo habitual; Rilke quería un amor continuado sin dependencia ni posesión.
Adelmina quería disfrutar de manera constante del ser amado; Rilke deseaba que este amor no impidiese la soledad que necesitaba para cumplir su obra poética, y, de alguna manera, deseaba fervientemente que su amiga veneciana protegiese su soledad.
El poeta tenía una peculiar manera de “comunicarse”, peculiar porque, simplemente, no respondía para nada ni al modelo ni a los hábitos sociales. ¿Excéntrico? Sí, dotado de aspectos excepcionales…que lo diferenciaban del amor habitual del común de las personas.
Estas cartas a una amiga veneciana son un documento importante para tratar de entender la peculiaridad del amor de Rilke con las mujeres, que no se centra en el alejamiento sino en algo mucho más sutil y extraordinario, que es una manera de entender la cercanía y la convivencia amorosa entre dos personas basadas en una profunda amistad y en un profundo compromiso, que saben, las dos, que la convivencia, ésta también, es imperfecta, afortunadamente imperfecta. Porque, seguramente, Rilke tuvo siempre muy claro que no hay que dar por hecho que las mejores opciones son las admitidas con un gran consenso.
Me gustaría pensar que, tímidamente, el futuro se ha iniciado ya, tanto en términos de aprendizaje individual como de aprendizaje de los necesarios cambios sociales y culturales,
el aprendizaje de la dignidad del pensamiento propio fundado en razones que nos abre la conciencia de las servidumbres sociales que soportamos,
el aprendizaje de la rebelión contra la máxima de nuestro tiempo que es “adaptarse o morir”.
La expresión más feliz de este aprendizaje me parece la alegría, que es, creo, la ganancia más segura.