Textos Casuales

Cirugía

A las siete de la mañana entró a verme el cirujano de la tarde anterior.
A las ocho me quitaban la sonda,
poco después el vial,
luego el primer pis rojo y el alarido…;
después de tanta manipulación, el desayuno hospitalario me supo genial,
y a la calle, reparado, sano y salvo…
El día anterior,
recién llegado al hospital,
recién inaugurada la habitación,
lo primero, la retirada de cortinas para abrir paso al cielo con sus luces;
me traen, ya, el traje verde unisex, ancho, marciano, abrochado a la espalda, que incluye calzas, gorro y algo para pies,
cosas todas que te dejan uniformado y protocolizado, totalmente expedito para la acción, pues de eso trata la cirugía desde su etimología rigurosamente griega: “acción con las manos”.
Aparece el celador,
amable, tatuado y contundente, que te conduce al primer sótano donde atraviesas exteriores de quirófanos
1, 2, 3…,
ya vas solo,
solo con el celador que te transporta y no acompaña,
todos los demás se quedan “Fuera”,
hasta que llega mi quirófano,
que era el ocho,
supe que era el mío porque allí se paró la cama en la que viajaba, como tren antiguo que llega a su estación a término;
de pronto, se acerca una enfermera,
después, el anestesista, que mira, a la vez con atención y con prisa, el preoperatorio…
Como es natural, te dejas hacer,
pues a eso vas: a que te hagan, te reparen,
sin re-chis-tar,
bien mirado, una cirugía es de lo más cómodo,
tú, contigo; con tu propia compañía,
El mundo está “Fuera”,
no estás en el mundo,
el “amor mundi” se escapa por esos sótanos;
al cirujano lo ves de refilón, y poco a poco te llevan hasta una especie de cama de Procusto,
abierto de piernas te ponen, como si de dar a luz se tratara,
pues es por ahí por donde te van a entrar y por donde te sacarán la piedra del uréter,
Mientras, el anestesista queda alrededor del vial y sin perder de vista al cirujano,
yo abro o cierro los ojos,
no cuentas como sujeto de pensamiento y de opinión, y nadie en ese trance lo echa de menos,
voy a la mía
te lo preparan ellos,
ya firmaste el consentimiento a todos los efectos.
De las dos maneras estoy bien,
a sabiendas de que en cualquier momento…:
vas a dejar de ver,
y de sentir,
sabes que Pessoa no tenía razón en eso de “sentir todo…”
¡!!todo no, Pessoa, por favooooor!!!
Lo siguiente es volver a ser,
con el ser en el tiempo ya puedes volver a tener el coraje de ser,
sin sensación alguna de que se hubiese movido el reloj.
El tiempo lo aniquila la anestesia, ese espacio de no percepción.
Abandonada ya la cama,
estás un rato en una sala de espera,
lo demás es todavía “Fuera”,
te detienen en un lugar que se llama para despertar, pero que no tiene nada de budista pues hay mucho ir y venir,
de alguna manera disfrutas ya del “después”,
y de notarte el cuerpo de otra manera por eso que te han hecho y que no has visto afortunadamente mientras te lo hacían,
y te sientes muy bien en la ciudad en la que vives, y de la ciencia que aprovechas,
sigues en manos de ellos,
pues tú no sabes y ellos sí, y la confianza se impone,
y tampoco les gusta que preguntes
sin que yo lo comprenda ni lo acepte…
Y así, así…el mismo celador, con la misma mirada y con la misma contundencia, te desanda el camino,
y atraviesas el portal del mundo, mientras dejas atrás el mundo de los cirujanos, los “manitas” de los hospitales

Pascual García Mora

Artículo escrito por Pascual García Mora, compartiendo pensamientos y reflexiones desde Scholé.