…te trasladaré, con pobres palabras, la tristeza y la alegría de aquella vivencia nunca lejana…
la de las 24 horas del 16 de marzo de 2009,
cuando el avión de la compañía Qantas
ya de regreso,
aterrizaba en Singapur para pausa de dos horas,
a trece de vuelo efectivo, todavía, para Heathrow,
tocaba estar despierto,
mover piernas,
dejé a Pilar con una abuelita inglesa que iniciaba viaje sola
con su caja de flores, ¿para quién, en dónde? y con ganas de hablar,
no sé qué entendían, sin saber inglés una y sin nada de español la otra,
dejé a Pilar, digo, para curiosear el aeropuerto tan nuevo, tan eminentemente pulcro, tan inmenso, tan preparado para distraer,
atravesé paneles de vuelo: Bangkok, Brisbane, Hangzhou, Jakarta, Hanoi, Los Ángeles…
muy pronto vi un Internet Free, muy confortable, con casi todos los puestos de ordenador ocupados por gentes tan solitarias como conectadas, de modo que, sin dudarlo, me metí en ese Palacio de Comunicaciones, quizá, recordando la frase de Blaise Pascal sobre las razones cordiales que me impulsaban misteriosamente a hacerlo,
entré, como uno más,
atrevido a navegar por los cielos virtuales,
me inicié en la tarea con sorprendente facilidad,
y encontré dos correos nuevos,
allí,
en Singapur,
en un lugar anterior a la India,
muy lejano ya de Melbourne desde donde regresaba,
uno de los correos era de Daniel,
habíamos despegado del aeropuerto de Tullamarine a las 17.05 horas, la hora del billete,
pero a las 15,
dos horas antes,
ocurre ese momento delicado en el que desapareces del que se queda por una gate
(por unos instantes me pareció una pequeña muerte):
ese momento de desencuentro físico para realizar el ejercicio ese práctico de poner 20.000 kilómetros de distancia entre los que se van y el que se queda…
Daniel decía en su correo que, a continuación de las tres, se había pasado por su empresa para conectar después de sus primeros días de vacación tras quince meses (los que llevaba de vida laboral en Australia),
y que, a las cinco, levantó la vista del ordenador y vio un avión que despegaba en el aeropuerto cercano que acababa de dejar y que, seguro, pensó, allí, íbamos nosotros,
y sintió necesidad de escribir como una manera de rebelarse a que eso ocurriera,
o de empezar en seguida la vida siguiente a lo ocurrido y seguir cada cual su propio destino,
y esas palabras resonaban bajo las bóvedas futuristas del aeropuerto,
y, a su abrigo, contesté unas líneas emocionadas…,y salí rápido a contarle a Pilar El Acontecimiento que acababa de suceder…
ya el día anterior, domingo 16, Daniel salía de la habitación de nuestro hotel “Somerset”, en el número 24 de Little Bourque Street, después de descansar un poco de la preciosa excursión del día por el valle del Yarra,
yo sentía desde la sala de estar cómo su madre mantenía la puerta abierta hasta que Daniel salía por la puerta del hotel que se veía desde la habitación, mientras escuchaba notas decididamente melancólicas, pues el día siguiente era, ya, el día de marchar y la espera del marchar sería, ya, como no estar…,
Ya en Heathrow, cuando abandoné el avión gigante que había hecho posible el fin de los 20.000 kilómetros en 23.20 horas, sentí de nuevo otro cálido y nunca expresado adiós, mientras caminábamos a conectar el vuelo que nos llevaría a Madrid, y esto ocurría a las cinco de la madrugada del día 17, martes…Terminaré este recuerdo dando la palabra a aquel segundo correo que encontré en el Internet Free del aeropuerto de Singapur. Era de mi querido amigo Gerardo quien, entre alguna otra cosa, me decía:
“aunque no sé dónde situarte ahora mismo, la amistad supera el espacio, está por encima de él, y por ello me dirijo a ti sin espacio, porque tu ser también está por encima del suceso cósmico, de manera parecida a como el cielo y el sol que veo ahora mismo están en todo el universo, sintiendo yo que la distancia deja de existir.