Primera Etapa

Compromiso con la razón; luego, con el programa

El puerilismo en política no es una opción.

Los partidos deben tener comportamientos realistas, no simples miradas adolescentes.

Los movimientos sociales ponen en evidencia prácticas y hábitos anticuados de los partidos en un mundo que ya es de otra manera, lo que arriesga la propia democracia, pues los movimientos no resultan funcionales, aunque deban inspirar a los partidos. Es imprescindible su consistencia organizacional, y su sustancial renovación para recuperar su vocación transformadora actualizada, al menos, mientras no tengamos otra alternativa.

Los partidos, digo,

incluidos los que llamamos de izquierdas, más necesario, si cabe, porque la economía capitalista, o la edulcorada economía de mercado, nunca pierden elecciones, siempre están en el poder, de ahí que los partidos de la derecha no sepan habitar la oposición, solo pide pactos de Estado cuando gobiernan, porque tiene un sentido patrimonial del mismo y, en alguna medida, de la sociedad: se apropian del territorio y de la ética. Solo desean que el país mejore si son ellos quienes lo mejoran; en otro caso, cuanto peor, mejor.

Los políticos no deberían ser fábrica de decepción y, antes,  fábrica barata de ilusión: no se puede prometer todo a todo el mundo.

Lanzar a la multitud consignas de “pedid lo imposible” fue emoción y aplauso para entonces y decepción y desencanto para luego; decir a los individuos amultitudinados “sí se puede” es proclamar lo que no somos capaces de compartir en franca conversación. En ambos casos, en la práctica política no queda más remedio que recular, y quedar en la evidencia de ser pillados en la intemperie, pues solo con la acción se verifica lo que se puede y lo que no se puede aquí y ahora.

La política es práctica política.

No cabe más optimismo que aquel que deriva de la política con base en el comportamiento racional, que no regala los puntos de vista, acertados o no, fundados. No es posible tener puntos de vista sin antes haber razonado. Los políticos no han aprendido que,

a veces,

ante las preguntas de la gente o de los periodistas,

la única respuesta decente es:

no lo sé,

todavía no tengo un punto de vista:

reconocerlo es la verdad y la decencia, y, por añadidura, la autocrítica  te protege frente a quienes te lo pueden echar en cara.

Primero es el compromiso con la razón; luego, con el programa. Hay que saber y saber atreverse a no hacer concesiones si implican pagar tributo a la sinrazón.

Frecuentemente escuchamos decir que hacer esto o aquello es, simplemente, cuestión de “voluntad política”, algo parecido a alargar la mano y cogerlo. Es irritante y nefasta la prepotencia y chulería que subyace en este aserto. Lo dicen todos aquellos que no tienen que poner a prueba su voluntad política. Todos tienen la receta mágica cuando no tienen que guisarla. Y, por supuesto, olvidan, olvidamos, que lo propio de la política es que existan  distintas voluntades políticas, y la imperiosa necesidad de gestionar los desacuerdos en el marco de la comunidad de ciudadanos.

Insisto, antes de compromiso con el programa y con los proyectos, compromiso con la razón, con el conocimiento, con el argumento, con la opinión fundada. No, solo, porque sea la mejor manera de aproximarnos a una cierta verdad objetiva, sino porque el conocimiento es el dispositivo de mayor envergadura para estructurar un espacio democrático entre ciudadanos, como el mínimo común denominador para la vida en común.

No es, sobre todo, cuestión de voluntad política: invocar el voluntarismo nos arrastra al urgentismo, al coyunturalismo y al oportunismo políticos.

Nuestros principales problemas en la gestión partidaria y en su control ciudadano son problemas cognoscitivos con base en una organización y gestión deficiente del conocimiento y en déficits de equipamiento reflexivo.

La política no puede vivir sin programas,

pero elaborados y comunicados con decencia,

aceptando que no se pueden atar todos los cabos,

asumiendo la ineludible realidad de que el ámbito de muchos problemas ya no es el del Estado-nación (en el que los partidos nacieron y se desarrollaron), sino el espacio globalizado en el que todavía navegamos entre mucha oscuridad. Los problemas de siempre nos han llegado con nuevas y relevantes circunstancias, y problemas que no lo eran, ahora lo son.

La novedad y complejidad del mundo de hoy exigen, primero, compromiso con la razón y, luego, con los programas (sé bien que la historia frecuentemente no ha tomado este rumbo, pero, en cualquier caso, yo quiero seguir trabajando por él, al menos por todo lo que se alcanza en el camino).

Pascual García Mora

Artículo escrito por Pascual García Mora, compartiendo pensamientos y reflexiones desde Scholé.