Del poeta griego Arquíloco de Paros (alrededor del 650 a.C.) solo se conservan 45 fragmentos, uno de ellos dice (en la traducción de Carlos García Gual): “Muchos trucos conoce la zorra, pero el erizo uno decisivo”,
que a mí me va a servir para diferenciar a dos clases de políticos:
- Quienes tienen una visión unitaria, centrípeta y central de la vida desde la que explican y dan sentido a todos los acontecimientos de la vida pública
- Quienes tienen una visión plural, centrífuga y periférica de la realidad política, a la que tratan como una diversidad compleja, contradictoria y difícil de apresar.
¿Zorras o erizos en este siglo XXI?,
siglo de crisis de seguridad y de miedo desde los atentados a las Torres Gemelas en el 11 de septiembre de 2001,
de crisis económica y de miedo social desde la quiebra del Lheman Brothers el 15 de septiembre de 2008?
Basta seguir el cada día de la política para darnos cuenta de que las explicaciones totalizadoras, simples, claras, uniformes, recurrentes, localistas…son las que se utilizan con carácter cotidiano, por entender quienes las usan que son las más fáciles para poder gobernar,
o para oponerse al Gobierno y volver a ganar elecciones,
o para manifestarse y reivindicar en la calle,
o para salir airoso en una tertulia, y no digamos para hacerlas circular por las redes.
Esto es lo que sabe hacer el erizo, una sola cosa pero eficaz, al menos en apariencia.
Lo que en el erizo-animal es pura naturaleza y evolución, en el ser humano-erizo es fanatismo, más o menos explícito, más o menos disfrazado, pues el político erizo persigue una sociedad de lo igual, de lo uniforme, que elimina lo extraño, el otro, el diferente, lo otro, lo complejo y contradictorio.
Quien cree haber descubierto una explicación totalizadora de lo que pasa se hace supremacista y se desentiende de todos aquellos que presentan explicaciones alternativas, variadas, que obligan a preferir, a dudar, a escuchar, a negociar con el discrepante: este es el espacio donde se mueven las zorras, porque son tolerantes, respetuosas, permisivas, centrífugas…
Me temo que el siglo en el que estamos comenzó, y sigue, bajo el signo del Erizo que abre las puertas a unas democracias populistas, reactivas, autoritarias frente a una democracia liberal, desbordada y con escasa capacidad de respuesta para defender el Estado del Bienestar lleno de descosidos por la globalización, y el Estado-Nación debilitado en su soberanía, tanto por razones internas como externas. La incapacidad de resolver de la política genera en el electorado una tentación irresistible de confiar en quienes prometen hacerlo aunque sean frívolos en procedimientos democráticos.
De aquí la proliferación de Gobiernos atrapados por políticas populistas de distintos matices (las pueden usar ultraderechas y ultraizquierdas).
Me temo que el cesarismo de Hobbes (Erizo) le está ganando la batalla al liberalismo de Locke (Zorra).
Esa necesario afrontar esta realidad desde una democracia liberal (excluyo neo-liberal) y social,
Inteligente-reflexiva-crítica,
participada,
limitadora del poder de los Mercados,
rebelde con la injusticia.
La política no solo es una actividad necesaria, debe ser, también, emancipadora, que recupere a los muchos ciudadanos que la crisis ha ido dejando por el camino, que recupere el crédito de las instituciones (los populismos se alimentan del descontento de las personas aprovechado por la ambición de élites).
Necesitamos un mundo a escala humana, y si no lo es, no podemos de dejar de querer que llegue a serlo, reduciendo las desigualdades, priorizando la reducción de la desigualdad sobre la reducción de la pobreza, consiguiendo que la riqueza no fluya siempre a menos manos. Y para contribuir a eso juraría que lo hacen mejor las zorras, los ciudadanos en posición de zorras.
O lo hacen las zorras o los erizos irán a más, lo harán ellos a su única manera.
¿En qué se convierten los erizos cuando van a más?
Hummmm,
volvamos la vista al siglo XX y en seguida encontraremos la respuesta. El día que esto escribo, 11 de noviembre de 2018, vivo con emoción los 100 años de la firma del armisticio que puso fin a las hostilidades de la Primera Guerra Mundial: esa imagen es un espanto para la paz.