¿Acaso no es político el ideal de vivir con plenas facultades, con honesta estima hacia uno mismo, con el respeto y consideración de los demás, alentados por la utilidad y el sentido, integrados en la sociedad, participando en lo que a todos incumbe y ejerciendo el derecho a la ciudadanía? (Pedro Olalla, citado en “Crecer haciéndonos mejores”, artículo publicado en Claves de razón práctica, nº 261, noviembre-diciembre 2018, página 131).
Los dos objetivos básicos como seres humanos son dar sentido a la propia vida y alcanzar una muerte digna,
que se corresponden con los dos terrores básicos que nos acompañan,
a saber,
que la vida carezca de sentido y que la vida termine con la muerte.
Ambos son propios de todas las personas, pero aquí las queremos ver en ese tiempo delicado de la vida en el que se produce el proceso del envejecer, tiempo cargado de prejuicios de los que hay que rescatar a la vejez para que pueda ser considerada como una etapa más de la vida en la que no resulte socialmente extraño hablar:
- Del ideal de vivir con plenas facultades
- Con honesta estima hacia uno mismo
- Con el respeto y consideración de los demás
- Alentados por la utilidad y el sentido
- Integrados en la sociedad
- Participando en lo que a todos incumbe
- Ejerciendo el derecho a la ciudadanía.
Pero ¡ay! resulta extraño,
sí,
resulta extraño hablar así de la llamada tercera edad,
que se inicia muy frecuentemente a partir de ese momento del cese laboral, en donde en España hay casi nueve millones de personas, casi un 20% de la población total.
Resulta extraño, sí,
y más hablar así de objetivos que deberían presidir la política de cualquier Gobierno sobre las personas que llamamos mayores, o viejas, o ancianas, que con todas estas denominaciones entendemos a quienes nos referimos:
- Porque, para muchos, la vejez es la etapa de la vida que da inicio al sobrevivir, al ir tirando, cuando no es la edad sino la inacción y el carácter lo que van limitando las facultades.
- Porque el ser del anciano decae frente al tener, a lo que me queda (de ahí el egoísmo específico de algunos ancianos), y, con ello, el declive del amor hacia uno mismo, porque uno duda de que pueda sacarle partido, solo, a su propia vejez.
- Porque en vez de respeto y consideración prima la estigmatización y la presunción en contrario en actos o tareas elementales de la vida.
- Porque la sociedad no tiene en cuenta la utilidad laboral de los mayores y solo se piensa en utilidades pasivas de ayuda económica y asistencial a la familia cercana, y hasta uno mismo llega a dudar de que siga siendo útil pensarse a sí mismo y le importe ya poco que la propia sociedad le desapropie de su pensamiento.
- Porque la integración social de los viejos es muy débil y razones y sentido de vida se pierden si no se relatan y no se escuchan relatos de otros.
- Porque la participación política es muy escasa, y la que hay, escasamente crítica, y solo reclamada en periodos electorales. Y, si es propio del vivir el cultivo personal y la implicación en lo que es común a todos, no veo ninguna razón para no incluir el arte de vivir en el arte de envejecer.
Más bien, creo, deberíamos plantearnos que jóvenes, adultos y viejos nos impliquemos en la política con la finalidad tan conveniente de rejuvenecer la envejecida democracia que tan mermada está de facultades y tan poco integrada en la sociedad.
Más bien deberíamos reclamar que todo programa político invirtiese en nueve millones de personas para la participación activa en los asuntos colectivos y en la definición, redefinición, de los severos problemas actuales que son comunes a la población de los mayores. Actuales y nuevos algunos.
Cómo me gustaría que tú, querido amigo Marco Tulio Cicerón, volvieses a nuestro tiempo para visitar nuestras residencias de ancianos y algunos de los tantos pisos donde viven, solas, tantas personas ancianas en una soledad no deseada. Y nos trasladases algo de la sabiduría escrita en tu inmortal libro Acerca de la vejez (De senectute), y nos hablases del arte de envejecer (ars senescendi), que tanto necesitamos, y nos dialogases de que el envejecer sería más feliz al abrigo del doble empeño de vida ético y político.
“Crecer haciéndonos mejores”: esto es la elaboración de una visión atractiva de la vida que compete a todos por igual. Porque el ser humano si no mejora, empeora: el paso del tiempo nunca lo deja igual.