Cuando Sócrates dijo la verdad.-
Este pétalo azul cielo transparente, como una mañana fría y seca de invierno, narrará el decir la verdad de esas personas atípicas que son los filósofos. Hoy trataremos sobre el juicio de Sócrates y lo que podría significar para nosotros.
La misión vital de Sócrates
Sócrates dedicó su vida a interrogar a sus conciudadanos para que la verdad aflorase a partir de un examen racional dialogado. Esa fue su misión en la vida, cuidar de sí cuidando de los otros a través de una investigación sobre la forma de existencia que merecía la pena ser vivida. Su método, la mayéutica, aplica la técnica médica de su madre, una comadrona que asistía en el parto para dar a luz una nueva vida, en el ámbito de la indagación filosófica. Sócrates ayuda a que otros den a luz conceptos importantes para llevar una buena vida, como la justicia, la virtud, la educación, la belleza, o el amor.
Un día, le acusaron de impiedad y de corromper a los jóvenes, y decidió que en el juicio diría la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad, sin ornato y sin miedo a que el multitudinario jurado encolerizase por la fría, seca y transparente verdad que Sócrates, siempre “átopos” filósofo, les arrojaba sobre sus almas adormecidas, o entretenidas. Fue condenado a beber cicuta; Sócrates rehusó ofrecer una pena alternativa a la muerte e incluso sugirió que Atenas, su ciudad-estado, debería remunerar los servicios que él había venido prestando a sus ciudadanos durante toda la vida con su mayéutica; no consintió en que sus amigos sobornaran a los guardias para fugarse y así salvar la vida; bebió la cicuta con tranquilidad, pese a que es amarga; le dejó encargo de un gallo para Asclepio, y murió con dignidad.
Crítica a la tradición y la conveniencia como experiencia colectiva y transformación interna
” Hay cuatro diálogos de Platón que relatan la denuncia (Eutrifón, o sobre la piedad), el juicio (Apología de Sócrates), la víspera a la ejecución (Critón, o sobre la justicia) y la última conversación de Sócrates con sus amigos horas antes de beber la cicuta (Fedón o sobre el alma). Además, de la versión platónica, contamos por suerte con otro narrador, Jenofonte, que nos brindará un testimonio más breve pero con diferencias que enriquecen este indeleble momento de la defensa de sí mismo que Sócrates hace ante el jurado que le acabará condenando a muerte. Las dos versiones de la apología de Sócrates coinciden en presentar un acto de parrhesía, de decir la verdad por completo sin pretensión de persuadir, con valentía pese al riesgo para la vida. La razón de esto la ofrece Jenofonte al narrar la visita previa al juicio de Hermógenes a Sócrates quien está tranquilo y ocioso. Hermógenes le sugiere que quizás debería estar preparando los argumentos de su defensa. “¿No crees que me he pasado la vida preparando mi defensa?”, le responde, y continúa explicándole que nunca ha cometido acción injusta, la verdad de su forma de vida es la defensa, no las técnicas oratorias persuasivas. Sócrates es un filósofo parresiastés que examina la forma de vida propia y ajena, lo que manifiesta un compromiso hacia sí mismo, los demás y su ciudad, y se enfrenta a la arbitrariedad de la costumbre y a fuerza de la conveniencia; desafió a la tradición y al régimen democrático de su tiempo por igual con un método en el que decir la verdad y buscar la verdad más allá de intereses y deseos particulares. Es su piedra filosofal que nos ha legado.
La práctica filosófica de Sócrates siempre fue parresiasta, al menos en un doble sentido. Primero, Sócrates aplicaba su conocida ironía a sus contertulios. Los diálogos platónicos nos muestran inicialmente a un Sócrates que afirma no saber y anima a su interlocutor para que explique qué entiende por aquello que se esté tratando, pues de algún modo esa persona se muestra muy confiada y segura de estar en posesión de la verdad. Así, el interlocutor es quien dice la verdad de lo que piensa del caso en cuestión. Sócrates comienza entonces la fase mayéutica interrogando sobre posibles inconsistencias, contradicciones o ambigüedades. Su examen racional también se basa en interrogar afirmando la verdad, buscando que la verdad sea alcanzada y dicha. Siempre orienta el diálogo de las situaciones concretas hacia definiciones universales que puedan significar una guía para cualquiera, aunque lo realmente importante es el proceso de transformación interna de quienes participan en la experiencia colectiva que Sócrates pone en marcha. Alternativamente, se suceden diferentes tentativas de superar errores o insuficiencias, de avanzar en la comprensión del problema. Hay un pacto de decir la verdad, momentos para decirla, y el riesgo de que el diálogo se rompa porque alguien abandona el diálogo. Sócrates se convierte en un tábano que incordia a sus conciudadanos. Con su interrogación no duda en violentar, no teme a los enemigos que irá creando a lo largo de su vida. La parresía fuerza a abandonar el discurso personal para alcanzar argumentos racionales válidos que vayan más allá de las necesidades, los deseos o intereses personales. La construcción de este espacio racional común tiene un coste para el yo en el método socrático. La afirmación de la verdad en un proceso grupal de argumentación obliga a exponerse, mostrarse equivocado en público, dejar atrás o desaprender ideas heredadas, convencionales o interesadas para cambiar nuestra comprensión del mundo.
Por ejemplo, Eutifrón se encuentra con Sócrates en la puerta de la corte penal. Sócrates ha sido citado a causa del delito de impiedad y corrupción de los jóvenes, Eutifrón acude a la sede judicial para denunciar a su propio padre por haber causado la muerte de un subordinado que, a su vez, había matado a un esclavo. Eutifrón se muestra totalmente convencido de que su padre cometió un acto impío, que es precisamente uno de los cargos contra Sócrates. Si Eutifrón está tan seguro de qué es un acto impío, tan seguro como para atribuirlo a su padre, posiblemente, podrá ofrecer una definición satisfactoria de qué es la piedad. Así la ironía socrática funciona como una trampa; él calla, y Eufritón dice la verdad sobre lo que piensa sobre la piedad. El Diálogo transcurre como es habitual, con Sócrates mostrando la insuficiencia de las definiciones propuestas y proponiendo alternativas sobre las que Eutifrón elaborará nuevas versiones tentativas. No es raro que el diálogo acabe en una aporía; las palabras y los actos píos o son aquellos que agradan a los dioses, o bien son píos y por eso tienen el favor de los dioses.
Vitalismo, razón y armonía
¿Es la parresía un acto pío? A un tribunal ateniense parece que le incomodó oír a Sócrates presentarse como piedra de toque sobre la que probar (básanos) el valor de la vida auténtica, aquella en la que el discurso racional de la persona armoniza con sus actos y actitudes. Sócrates sabía bien que su coraje para decir la verdad no se encontraría con el valor de los quinientos miembros del tribunal para atreverse a escucharla, ni siquiera de la mitad más uno de ellos. Siguió adelante hasta el final, renunció a pena alternativa, rehusó escapar ¿Buscó morir como si de un acto de suicidio subrogado se tratase? ¿Es un anti vitalista, como diría Nietzsche, y por eso ordena una gallo para Asclepio por sanarle de la enfermedad que es el vivir? Si Sócrates se constituyó en un gnomon para otros es porque, durante toda su vida, ha realizado este rol “basànico” consigo mismo; su proceder durante todo el proceso armoniza con su discurso, acciones y palabras son inteligibles entre sí. Se trata de cuidar la vida, de vivirla de la mejor forma posible, no de vivirla a toda costa. La forma de vida humana incluye necesariamente la razón, una que no sea sin más un mero instrumento para satisfacer necesidades, apetitos, pasiones o creencias dogmáticas. Además, Sócrates no necesitaba a un tribunal para acabar con su vida, ya que la práctica de la eutanasia usando cicuta era habitual en la antigua Grecia.
Platón narra los acontecimientos de la muerte de Sócrates desde su filosofía que está fuertemente influenciada por el pitagorismo y el orfismo. Platón intenta vincular la inmortalidad del alma, su teoría de las Ideas eternas e inmutables, el dualismo de la realidad material e inteligible, su república ideal a la figura de Sócrates como el ideal de forma de vida. Cristianizado el pensamiento de Platón y Sócrates, su voz literaria en los diálogos, es natural para Nietzsche ver a Sócrates como un mártir cristiano que desprecia la vida terrenal en pos de un ideal, una forma de vida decadente, represiva del cuerpo e incapaz de abrazar la vida en su totalidad, en lo bueno y en lo malo. Hoy sabemos que Sócrates no profesaba una religiosidad dualista protocristiana, no vivió como un santo, amó los placeres del cuerpo con moderación y autoconocimiento, amó su dicha carnal y la racional por igual, aunque puso la razón al gobierno del cuerpo. Levantadas las capas que la historia ha ido amalgamando sobre la figura de Sócrates, su vitalismo, y posiblemente el de Platón, parece innegable; se trata de un vitalista que integra en su propia existencia cuerpo y alma, pasión y razón, verdad y valentía, libertad y obligación.
Jenofonte nos brinda una pista crucial, un motivo terrenal para que Sócrates decida abandonar la defensa erística de su cuerpo, junto a su anhelada coherencia existencial e independientemente de las esperanzas sobre el más allá que pudiera tener. Dice Sócrates:
“¿Te parece raro que también la divinidad crea que para mí es mejor que muera ahora? ¿No sabes que hasta el momento presente a nadie le reconocería haber vivido mejor que yo? Y, lo que todavía es más agradable, yo tenía conciencia de haber vivido mi vida entera en la piedad y en la justicia, de modo que, sintiendo por mí mismo una gran estima, me daba cuenta de que los que me frecuentaban experimentaban hacia mí el mismo sentimiento. En cambio ahora, si sigue prolongándose mi edad, sé que necesariamente tendré que pagar el tributo a la vejez, ver peor, oír con más dificultad, ser más torpe para aprender y más olvidadizo de lo que aprendí. Ahora bien, si soy consciente de mi decrepitud y tengo que reprocharme a mí mismo, ¿cómo podría seguir viviendo a gusto? Y aun puede ocurrir que la divinidad en su benevolencia me esté proporcionando incluso no sólo el momento más oportuno de mi edad para morir, sino también la ocasión de morir de la manera más fácil. En efecto, si ahora me condenan, es evidente que podré utilizar el tipo de muerte considerado el más sencillo por quienes se ocupan del tema, y el menos engorroso para mis amigos, al tiempo que infunde la mayor añoranza hacia los muertos, pues el que no deja ningún recuerdo vergonzoso o penoso en el ánimo de los presentes, sino que se extingue con el cuerpo sano y con un alma capaz de mostrar afecto, ¿cómo no va a ser a la fuerza digno de añoranza?” (Página 7)
_Descarga contenido completo pinchando aquí
_
Este ser humano ha examinado su existencia; ha llevado una vida plena cuidando de sí y de los otros; acepta lo que el destino le traiga, incluso la ocasión de morir mejor, tanto para sí como para los seres queridos, dejando un recuerdo querido. Sócrates le dice la verdad a su amigo, es un momento de intimidad para decirla; le dice la verdad al jurado, en un momento público adecuado; y vivió diciendo la verdad en el lugar, momento, persona y en la forma que él consideraba propicias para su misión. Vemos que la parresía socrática está asociada a la sabiduría del saber callar y saber decir, a la valentía de tomar riesgos de hablar y escuchar, al compromiso cívico de uno con los otros. El gallo votivo para Asclepio, dios de la sanación y las hierbas curativas, puede significar que Sócrates está jugando con el término “phármakon”, que los griegos utilizaban tanto para medicamento para sanar la vida como veneno para la muerte, para agradecer la cicuta que le da la oportunidad de morir con la misma integridad con la que vivió. Un vitalismo pleno, tanto por la aceptación de la muerte como por la integración de la razón en el organismo vivo, manifestada en bellas palabras, “logoi kaloi”, el método de la filosofía socrática.
Un Sócrates parresiasta para la condición contemporánea
Sócrates parresiasta es un parangón útil para nuestro tiempo, donde se dice pero no se escucha; se opina sin argumentos; se es valiente, cuando se es, pero en la distancia mediática de la redes sociales y medios de comunicación; si la verdad aflora, es de forma salvaje, sin cuidado de los demás, porque el objetivo no es ayudar a mejorar éticamente a los otros, si es que estamos en disposición de hacerlo, sino castigarlos dando rienda suelta a la frustración de nuestro ego insatisfecho para quien los otros son simulacros del error, encarnaciones de lo que no aceptamos ni toleramos; aniquilables al menos simbólicamente. El momento actual capitalizado por la guerra en Gaza, la invasión de Ucrania, el caso Trump, los arrepentimientos del Brexit, o la ley de Amnistía, entre muchos otros en todo el planeta Tierra, hacen patente esta degradación de la vida social, que son la punta de un iceberg, síntomas de una patología más profunda y grave.
Estos pensamientos, en parte equivocados y en parte acertados, sobre nuestra condición contemporánea me llevan a Leonard Cohen y sus temas; la soledad desesperada, el amor como cobijo o el divorcio entre las personas y los estados. Leonard Cohen es también un parresiastés que, como Sócrates o Platón, no renuncia a la bella expresión de la verdad. Ya tenemos canción para la próxima entrada de Philosophitheka, Anthem.
Mientras la escribo, puedes enviar comentarios o cuestiones a través del formulario siguiente. Vida buena y hasta pronto.
Por favor, activa JavaScript en tu navegador para completar este formulario.
Nombre *NombreApellidosCorreo electrónico *Comentario o mensaje Enviar