Voy por el camino de siempre adonde voy siempre, todas las semanas, de lunes a viernes, excepto cuando hay vacaciones o es festivo. A un sitio que se llama trabajo.
Camino por esa calle casi siempre a la misma hora, me cruzo con personas que, igual que yo, pasan por ahí siempre.
Semáforo en rojo, me paro en el cruce. En la cafetería de enfrente, decorada en madera y luz amarilla, hay una persona sentada tomando un café. La veo a través del cristal que hace de pared. Pasa alguien que la saluda con entusiasmo desde la acera. No veo a quien saluda, pero sí la sonrisa de la persona que toma el café.
Entra, se saludan, se alegran.
Algo de eso me ilumina a mí también, me saca del siempre y me traslada al fragmento, al destello. Ese instante, tan ordinario y extraordinario a la vez, me hace feliz.