Cada día que vivimos nos relacionamos con adversidades poderosas como esta de la pandemia producida por el agente más pequeño del mundo, o con amenazas imperiales como esta que vivimos entre Rusia, Ucrania, Estados Unidos, Unión europea, que ponen a nuestro espacio occidental al borde de un cataclismo (recordemos que en el siglo pasado hubieron, en este mismo espacio, al menos dos, de una crueldad y duración indecibles);
y nos fijamos menos en epidemias o adversidades menores que tienen que ver con nosotros mismos,
de uno en uno,
de día tras día,
que tienen que ver con nuestras maneras:
de ver,
de pensar,
de sentir la realidad y nuestra propia realidad,
de nuestros hábitos y costumbres, de nuestras relaciones,
de ser conscientes de la realidad que nos rodea:
así, podemos tener miedo de cualquier cosa que no es amenazante y, a la vez, no tenemos miedo ante hechos, relaciones y situaciones cargados de amenazas…
así, nos hacemos un lío con nuestros deseos y nuestras necesidades, desde desear lo inconveniente a no sentir deseo alguno por cosas que nos proporcionarían bienestar;
así, convivimos pacíficamente con sinvergüenzas que perdieron la vergüenza de tanta arrogancia, tanta seguridad en uno mismo (persona, grupo, nación), tanta vida trepidante, con aspiraciones absolutas y fanáticas…,
y con la pérdida de la vergüenza se nos fue el control social que cada uno aportábamos:
vean, queridos lectores, una sesión cualquiera del control al Gobierno que se realiza los miércoles en el Congreso de los diputados y sentirán vivamente cuánto es lo que hemos perdido, los elegidos y los electores, con la pérdida de la vergüenza, que nos ha llevado a considerar la política desde lo más estimable a lo más despreciado.
Tiempo éste de “destemplanzas”,
de sensaciones generales de malestar, acompañadas frecuentemente con desolación, intemperie, estados de ánimo por debajo del aprobado, estados confusionales de la mente…
En fin, destemplanzas del espíritu en el día a día,
que agrupo en torno a cuatro: miedos, deseos, necesidades, vergüenza:
MIEDOS:
- A fracasar.
- A envejecer y a morir.
- A no ser entendidos.
- A no entender.
- Al desamor y al amor.
- Al peligro de ser honesto y bueno.
- A desear siempre lo que no tengo y a no desear lo que tengo, como si fuese una condena.
- A no disfrutar de la belleza si yo no formo parte de los bellos y de lo bello.
- A no sentirnos nunca saciados.
- A vivir en la inquietud, en la extrañeza, en la duda, en el sinsentido quizá.
- A la incapacidad para pensar en los que hemos olvidado.
- A la mismísima libertad, que es hacer lo que quiero de acuerdo con los demás y con la Ley.
- A la facilidad con la que ignoramos el sufrimiento de aquellos con quienes no nos identificamos.
DESEOS:
- De querer, sin que me importe cómo quiero.
- De que nos quieran, sin que nos importe cómo quieren querernos verdaderamente.
- De vivir intensamente sin dar valor a la vida pausada.
- De ser más lúcidos, aunque nos dejemos llevar por el que más guste medido en términos numéricos.
- De un mundo con igualdad de oportunidades.
- De ser más santo.
- De acumular dinero que no necesito en realidad.
- De saber dar.
- De desear lo que ya tenemos.
- De desear lo inmediato.
- De desear la prisa.
- De desear lo que no nos hemos atrevido a desear.
- De llegar a desear sentir vergüenza como aliviadero de la culpa.
NECESIDADES:
- De trabajar: ya.
- De trabajo: satisfactorio.
- De vida: con sentido.
- De alegría: sin causa.
- De ocio y de su negación, el negocio
- De más entretenimiento y menos tiempo libre.
- De necesitar dinero que no necesito.
- De reconocimiento.
- De decir no y de decirme no.
- De tener opinión propia.
- De valorar la vida pequeña.
- De tantas necesidades que no son necesarias y de tantas otras que siéndolo no las percibo.
VERGÜENZAS
- Cuando hacemos el ridículo o ponemos a otros en ridículo.
- Cuando manipulamos para salirnos con la nuestra siempre que podemos.
- Ante tantas omisiones, que nunca queremos detenernos a pensarlas.
- Por practicar un amor posesivo, caprichoso, neurótico.
- Por aburrirme demasiadas veces sin saber qué hacer con el aburrimiento.
- Por no avergonzarnos de afirmar que hemos llegado tarde a poner fin al cambio climático en vez de afirmar, diariamente, que un 2% del PIB mundial anual acabaría con él.
- Por seguir pensando en el credo capitalista del crecimiento ilimitado.
- Por tanta ignorancia en gestionar interdependencias, por tanta obsesión en gestionar identidades.
- Por, ¡ay!, no sentir ya vergüenza de nada, que es como estar yendo hacia un estado en el que los sinvergüenzas imperializan la vida cotidiana y nos acostumbran a su causa, haciéndonos cómplices de lo que denunciamos.
“Cambiar la sociedad” era el título que un Gran Pensador del Mundo, Daniel Innerarity, daba a su página de opinión en El País del viernes pasado, 21/01/2022. Cito:
“La sociedad es hoy, al mismo tiempo, lo que debe cambiarse y el lugar donde se generan las mayores resistencias al cambio”.