3 de noviembre, viernes
La alegría de los huevos fritos.-
Formaron parte de mi alimentación cotidiana desde muy temprana edad, pues en los pequeños pueblos donde viví faltaban muchas cosas, pero todos tenían tierra para sembrar y recoger cereales, y corrales para las gallinas.
Los huevos y el pan formaron parte del “pan nuestro de cada día”. Los freía desde luego mi madre, pero por no sé qué, ya de mayor, empecé a freírlos en casa, y aún ahora, cuando me quiero dar un gustazo a mitad de mañana, me doy el banquete.
De esas prácticas derivan estas diez leyes operativas que materializan “mi filosofía” acerca de cómo hacerlos:
1ª.- Huevos frescos, a temperatura ambiente.
2ª.- Romper el huevo sobre un plato, para evitar la tentación del lanzamiento directo a sartén. Si el huevo tuviera bolsa de clara, deshacerla con la punta del tenedor, de modo que esté cómoda y extensa. Salar.
3ª.- Sartén de tamaño adecuado, según se frían de uno en uno o de dos en dos. Y, por supuesto, antiadherente, igual que la espumadera.
4ª.- Aceite de oliva, ni escaso ni una piscina. Quemar con dientes de ajo, que retiramos.
5ª.- Temperatura del aceite a punto de rugir.
6ª.- Dejamos caer suavemente el huevo desde el plato a la sartén. Es importante la caída de la yema en medio de la clara.
7ª.- Mirarlo.
8ª.- Con la espumadera hacer aportes de aceite hacia toda la superficie del huevo. Yema frita solo en su superficie. Clara sin moquillo. Si al final queda con moquillo, eliminarlo, y freír otro. La clara debe quedar esponjosa y mojada, rodeando a la yema.
9ª.- Si hay suerte, quizá se orlen los confines. Si no se orlan, no insistas. Pasa a la última ley.
10ª.- Sacarlo de la sartén. Sacarlo no es “estirarlo” hacia el plato; es cogerlo de manera que todo él descanse en la rasera, y dejarlo caer exhibiendo todo su ser.
Nota.- Haz una docena de huevos siguiendo estas reglas. Luego…rómpelas, tú serás la ley del huevo.
4 de noviembre, sábado
El otoño(de la vida).-
Uno de los sonetos de John Keats está dedicado a “Las estaciones humanas”, y un trocito del soneto lo ocupa el otoño:
“tranquilas ensenadas
tiene el alma en su otoño, cuando desocupado,
cierra el hombre sus alas, contento ante la vista
de las brumas, y deja pasar inadvertidas
las cosas bellas como cuando fluye un arroyo
junto a su puerta”.
También el poeta dedicó una de sus once odas inmortales al otoño.
Me sirvo de este poeta inglés, que solo alcanzó a vivir veinticinco años, para no seguir nostálgico de la primavera que fue, y poder escuchar las músicas otoñales, aunque tengamos que salir del nosotros mismos para encontrarlas y escucharlas en los libros de poemas.
6 de octubre, lunes
Ética para Amador.-
Leo hoy en El País el artículo de Alejandro Palomas, titulado “La náusea (respuesta a Fernando Savater)”, y leí ayer domingo la columna del filósofo a la que el articulista de hoy responde, y que versaba sobre el Informe del Defensor del Pueblo en materia de la pederastia en las Instituciones gobernadas por la Iglesia.
Me limitaré a decir que, con ocasión de otras de sus columnas semanales, tuve la osadía de imaginar que le daba respuesta en el mismo medio que tan generosamente le ofrecen. Porque la deriva que Savater lleva a casi todas sus columnas van en la misma dirección, que me lo hacen irreconocible.
Comparezco aquí.
No para decir ni una sola palabra fea sobre esta evolución de D. Fernando Savater.
Si voy a añadir que tengo en los estantes de mi librería casi todos los libros que ha escrito, entre otros Ética para Amador, que me recuerda el de Ética a Nicómaco, de Aristóteles.
Si voy a decir que agradezco mucho sus libros, lo que significaron para mí, lo que todavía significan cuando los vuelvo a manejar, como hace solo unos días cuando leía “El poder de la alegría”, de lo más magistral que he leído sobre este sentimiento, tan spinoziano por otra parte.
Pero muy a gusto, también añado que me uno a la respuesta airada y dolorida de Alejandro Palomas a la columna de Savater aparecida en El País de ayer, domingo, cinco de noviembre de 2003.
Me adhiero con disgusto porque nunca pensé que este filósofo a quien yo veneraba por su agudeza filosófica, por su valentía política, por su busca de lo verdadero…pudiese derivar en las consideraciones que hace.
No lo comprendo.
Me gustaría comprenderlo, porque “comprender” es algo que escapa a la moral,
posible siempre,
aunque “comprender” sea un abismo.