14 de octubre,
viernes
Edelweis.-
Entre mis libros habita esta flor.
Vive encristalada, cogida por dos grapas de madera.
Llegó desde su hábitat original en los Pirineos, y sigue haciendo siempre lo mismo: guardando lo que guarda.
15 de octubre,
sábado
La calle.-
Al atravesar uno de los pasos de cebra hacia el kiosco me he agachado para recoger
un botellón de plástico casi vacío,
abandonado en mitad de la calle rayada,
mientras tengo la oportunidad de observar,
atónito,
al conductor del coche que me da paso,
cuando yo ya inicio camino hacia la papelera municipal que tengo cercana.
Querido conductor:
no ha sido mi intención escandalizarle, ni darle ejemplo, ni siquiera he querido inquietarle, pero…no se me ha escapado su extrañeza.
Le aseguro que no salgo de casa con el ánimo obsesivo de buscar basuras,
pero me las encuentro,
pese a que una trabajadora municipal,
externalizada,
pasa todos los días con su carrito para reparar la calle de todas las agresiones de los ciudadanos contra los espacios públicos de la ciudad,
mientras ella, lista, atempera las largas horas laborales hablando con personas a distancia en modo de manos libres…
Quizá te hayas preguntado por qué hago una cosa de tan poca cosa.
Yo mismo no lo sé.
Es un hábito, casi todos los días recojo algo, (si voy solo).
Me aprovecha.
Me disciplina.
Me hace sentir que la calle es, también, mía y que la cuido, aunque solo recoja una página de periódico desperdigada, no me parece poca cosa, como no es poco mi voto, aunque solo sea uno. Recoger un plástico (y, antes, no tirarlo) quizá sea, también, una parte esencial de la educación como exigencia de la democracia.
No terminamos de ser ciudadanos. Protestamos y nos lamentamos por las tasas municipales para la recogida de la basura que nosotros mismos tiramos: no nos sentimos responsables.
(Bien puede ser que no seamos buenos ciudadanos porque no lo somos por convicción).
¿Os habéis parado a imaginar qué sucedería si estos comportamientos se multiplicasen y todos nos habituásemos a no tirar nada al suelo y a recoger alguno de los que ya están tirados? La imaginación, sí, “eso” que es capaz de movilizar la conciencia para traer a presencia lo que deseamos y todavía no está.
16 de octubre,
domingo
Intemperie.-
“Cuesta mucho vivir a la intemperie”, decía Francisca Aguirre en uno de sus versos (página 377, Ensayo General). Entendemos muy bien la palabra “intemperie” si la utilizamos como locución adverbial: “vivir a la intemperie” es vivir a cielo descubierto, sin techo.
Si pensamos en personas, recordaremos a vagabundos de nuestras ciudades, que seguramente han sido la referencia para quienes cuidan y definen palabras para el Diccionario. Si pensamos en cosas, podríamos recordar a los buquinistas que venden libros de viejo, en las orillas del Sena, bajo el cielo de París.
Yo lo traduzco “vivir a la intemperie” como vivir en la desigualdad; vivir a la sombra del tiempo, en la destemplanza, la inmoderación, el tiempo tormentoso, en el destiempo, en la agresividad de cada día, en situaciones extremas que resultan ordinarias en la vida cotidiana….
“Vivir a la intemperie” es haber perdido la esperanza en una sociedad “Del Bienestar Global”, cuando se borra el mundo y todo se llena de desdicha.
Sea lo que sea eso que llamamos “globalización”, me parece que la llamada Sociedad Global ha globalizado el malestar porque ha globalizado el capitalismo y su secuela el rendimiento laboral, pero no se ha propuesto una Constitución Universal que incluya los valores humanistas de libertad, igualdad, saludabilidad.
No está de moda utilizar la palabra “intemperie”: no me extraña:
no estamos en el tiempo del prójimo sino en el tiempo del individuo.
17 de octubre,
lunes
Interdependencia.-
Es una de mis palabras preferidas, también ahora cuando nos produce pánico la falta del gas ruso y la Unión Europea se afana en reducir las importaciones de Rusia por gaseoducto a la cota cero. Sigue siendo una de mis palabras preferidas porque la considero esencial para vivir saludablemente: la calidad de nuestra vida personal y laboral depende, también, de la calidad de nuestras relaciones; la paz de cada país depende, también, de la paz en otros países. Somos un “sistema”, y los sistemas no se pueden abordar de manera analítica sino holística.
¿Interdependencia? Sí, pero sabiendo que no es un talismán, sino que hay que currarla desde la gestión relacional.
18 de octubre,
martes
Incomunicación.-
Los reenvíos que circulan a golpe de tecla,
los correos electrónicos con anexos, que también se rebotan en cadenas de variada dimensión,
las redes sociales con sus chistes, videos, dibujos, imágenes pornográficas, fotografías graciosas…, con contestaciones de “ji, ji”, “ja, ja”, o con el emoji correspondiente…
cosas todas ellas que la gente, mucha gente, reciben/envían con celeridad y sin dirección determinada, y agradecen como prueba de existencia, cuando, seguramente, “esos álguienes” no tiene ni un minuto para la comunicación dedicada. Algo que ya en 2002 leí de mi admirado Rafael Sánchez Ferlosio:
“Contra más cachivaches vienen juntando los hombres para comunicarse, menos parece que tengan que decirse los unos a los otros. Aunque también es posible que nunca han tenido demasiado que decirse, y solo ahora la sobra de medios lo pone en evidencia”.