Está muy aceptado que las madres insistan a sus hijos en que agradezcan las chucherías y regalos de las personas con las que se encuentran. Digo que insisten, porque me parece que la mayor parte de los niños y niñas no aprenden lo que la madre quiere enseñar, pero lo obedecen con respuestas muy automatizadas, de manera que niños y niñas dicen muchas veces “gracias” en su infancia (como una de las muchas hipotecas que tienen que pagar por ser hijos de esta cultura), pero creo que nada aprenden de lo que es la gratitud, seguramente porque tampoco lo saben los educadores en dar y agradecer.
Aceptado… y normalizado.
Padre y madre no piensan en algún momento que este comportamiento pueda estar equivocado,
al contrario,
sostienen y defienden la insistencia,
aun a costa de desencuentros y malos humores,
pues, dicen, forma parte de los deberes de la maternidad/paternidad educar en gratitud, un truco moral para protegerse el adulto frente al pavor de padres que sienten que los hijos pueden escapar a nuestro dominio.
Por eso, no necesitan pensar en vías alternativas, pues la obediencia automatizada les basta, les basta la apariencia y no piensan en el coste: les basta la sensación de “apropiación” de lo “inapropiable”
Las “gracias” de las que hablo huelen a mercado.
Se las trata como un precio por algo que se recibe, como una correspondencia, como un intercambio, del tipo “do ut des”: me das/te doy, porque me das/te doy.
PERO
lo que se da no tiene precio (por eso es “donación” y no “venta”).
Una cosa es vender y otra cosa es dar: la primera se rige por las leyes del mercado; la segunda… no tiene reglas, porque lo relevante es la actitud del que da, no lo que da: esto no se tiene en cuenta en las “gracias” que enseñamos a los niños y que luego practicarán de mayores transmitiéndolo a sus hijos.
No me extraño: la ideología neoliberal nos arrastra a una concepción mercantilista y tecnocrática del conocimiento y de la educación, es invasiva, penetra en el santuario de los valores y de la inteligencia que los atribuye.
No me extraño de que este vendaval neoliberal se lleve la delicada flor de la gratitud hasta ser “especie en peligro de extinción”.
La gratitud de la que hablo no tiene nada que ver con lógicas de mercado, ni con lógicas contractuales.
Quien da de manera coherente, se da, da algo de sí mismo: esto no tiene precio.
Y quien recibe, recibe fundamentalmente respeto y afecto, reconocimiento, que pueden despertar reacciones genuinas de la misma clase, no sometidas a pauta alguna.
Quien regala, se regala (es un favor que se hace a sí mismo), a ciegas de los demás y de lo demás, es un acto íntimo de generosidad que no espera, y, por lo tanto, no desespera.
En todo agradecimiento hay, sí, un intercambio, pero ajeno a las lógicas del mercado y armónicas con lógicas personales, llamémoslas incluso espirituales, para diferenciarlas de las lógicas mercantiles.
¿Qué se dice?, preguntamos con imperativo afectuoso ,
y el chaval contesta con más o menos condescendencia: “gracias”.
Lo único que generamos con comportamientos así son automatismos de mercado,
que no mejora la relación familiar sino que la degrada en términos de dominación/sumisión,
que no educa (paideia) en términos de valorar la importancia en la vida de la gratitud asociada a valores de igualdad y de generosidad.
La práctica institucionalizada de la gratitud en el ámbito familiar exige devolución, transacción, justicia en el mejor de los casos.
No sabe esperar.
La paideia que practicamos no tiene en cuenta que sea el propio niño el que genere reacciones espontáneas en forma de sonrisa, gesto, guiño, alegría sin más: a continuación, en diferido o…nunca. No lo tiene en cuenta porque el protagonista no es el niño sino el adulto, no es la dinámica del niño sino la del adulto.
Los adultos pretendemos resultados vez a vez, causa/efecto, sin dejar tiempo al niño para que pueda definirse por las relaciones educadas. Imponemos la gratitud, con lo cual lo que estamos educando verdaderamente es en dominación, en relaciones jerarquizadas, en poderoso/débil, adulto/niño, educador/educando…,
cuando
es la ausencia de superioridad lo que permite dar y agradecer.
La gratitud es…!reconocimiento! entre esencialmente iguales que somos;
un niño es un niño, pero esencialmente igual que el educador:
no es menos poderoso,
no puede ser un dominado,
ni una máquina de obedecer,
sí es vulnerable (como lo es el adulto), pero, en tanto que adultos, deberíamos reducir al máximo el riesgo de vulnerar.
La gratitud se da entre personas que están en la misma orilla,
no entre quien puede y entre quien no puede.
Entonces… la gratitud no necesita “dar las gracias”, se produce y reproduce una comunicación más profunda, más invisible, más consistente, más duradera: más humana, más “graciosa”.
Por eso es tan difícil agradecer,
por tan difícil que es dar,
dificultad que me recuerda la frase que Nietzsche puso en boca de Zaratustra:
“Así aprendiste que es mucho más difícil dar bien que recibir bien: pues dar bien es un arte, y la última y más ingeniosa maestría de la bondad”.
Me acuerdo, también, de Jorge Luis Borges en aquel poema que se llama “Otro poema de los dones” y que comienza dando gracias a un destinatario desconocido:
Gracias quiero dar al divino
laberinto de los efectos y de las causas
por la diversidad de las criaturas
que forman este singular universo…
Y es que:
Saber “dar” es un arte y un don.