Jenófanes de Colofón afirma:
En Vidas De Los Más Ilustres Filósofos Griegos, Diógenes Laercio, informa:
Chatos, negros: así ven los etíopes a sus dioses.
De ojos azules y rubios: así ven a sus dioses los tracios.
Pero si los bueyes y los caballos y leones tuvieran manos,
manos como las personas, para dibujar, para pintar, para crear una obra de arte, entonces los caballos pintarían a los dioses semejantes a los caballos, los bueyes semejantes a bueyes, y a partir de sus figuras crearían
las formas de los cuerpos divinos según su propia imagen: cada uno según la suya.
Solamente un dios es el supremo, único entre dioses y hombres,
ni en figura ni en pensamiento semejante a los mortales.
Permanece siempre en el mismo lugar, sin movimiento,
y no le conviene emigrar de un lado a otro.
Sin esfuerzo hace vibrar al Todo, sólo por medio de su saber y querer. Todo él es ver, todo pensar y planear y todo él es escuchar
Jenófanes, hijo de Dexio, o bien, según Apolodoro, de Ortameno, fue colofonio. Celébralo Timón diciendo: Jenófanes, no altivo, sino recto, castigador de embustes homéricos (…) Echado de su patria, vino a Zancle y Catania, ciudades de Sicilia. Según unos, no fue discípulo de nadie, pero según otros, lo fue de Botono, ateniense, o como dicen algunos, de Arquelao; y según Soción, fue contemporáneo de Anaximandro. Escribió versos, elegías y yambos contra Hesíodo y Homero, haciendo burla de lo que habían dicho acerca de los dioses, y aun iba cantando sus versos en público. Se dice fue en sus opiniones contrario a Tales y a Pitágoras, y que no perdonó a Epiménides. Fue de vida muy larga, como dice él mismo en cierto lugar;
“Ya son sesenta y siete años cabales
que mi estudio celebra Grecia toda.
Veinticinco tenía
cuando esto comenzó, si bien me acuerdo.”
Parménides de Elea en el proemio a su conocido poema hexamétrico escribe;
288 Las yeguas que me transportaban me llevaron
tan lejos cuanto mi ánimo podría desear, cuando,
en su conducción, me pusieron en el famosísimo
camino de la diosa, que guía al hombre que sabe a
través de todas las ciudades. Por este camino era
yo llevado; pues por él me acarreaban las hábiles
yeguas que tiraban del carro, mientras unas
doncellas mostraban el camino. Y el eje rechinaba
en los cubos de las ruedas ardiente, pues lo
presionaban fuertemente a uno y otro lado dos
ruedas bien torneadas, cuando las hijas del Sol,
después de abandonar la morada de la Noche y
quitados los velos de sus cabezas con sus manos,
se apresuraron a llevarme a la luz. Allí están las
puertas de los caminos de la Noche y del Día, que
sostienen arriba un dintel y abajo un umbral de
piedra. Elevadas en el aire, se cierran con grandes
puertas y la Justicia, pródiga en castigos, guarda
sus llaves alternativas. Rogándole las doncellas
con suaves palabras, hábilmente la convencieron
de que les desatara rápidamente de las puertas el
fiador del cerrojo; y éstas, tras hacer girar
alternativamente sobre sus goznes los ejes de
bronce, provistos de remaches y clavos,
originaron, al abrirse, una inmensa abertura. A
su través, en derechura, conducían las doncellas el
carro y las yeguas por un ancho camino.
Y la diosa me recibió benévola, cogió mi mano
derecha con la suya y me habló con estas palabras:
”
“Oh joven, compañero de inmortales aurigas, que
llegas a nuestra morada con las yeguas que te
transportan, salve, pues no es mal hado el que te
impulsó a seguir este camino, que está fuera del
trillado sendero de los hombres, sino el derecho y
la justicia. Es preciso que te aprendas todo, tanto
el imperturbable corazón de la Verdad bien
redonda, como las opiniones de los mortales, en las
que no hay verdadera creencia. Sin embargo
aprenderás también cómo lo que se cree debería ser
aceptable, porque penetra totalmente todas las cosas (…)
291 Pues bien, yo te diré (y tú, tras oír mi
relato, llévatelo contigo) las únicas vías de
investigación pensables. La una, que es y que le
es imposible no ser, es el camino de la
persuasión (porque acompaña a la Verdad); la
otra, que no es y que le es necesario no ser, ésta,
te lo aseguro, es una vía totalmente
indiscernible; pues no podrías conocer lo no
ente (es imposible) ni expresarlo.”
Algunas noticias recogidas sobre Zenón de Elea por Diógenes Laercio:
- Zenón, natural de Elea, fue hijo de Pireto, según Apolodoro en las Crónicas; según otros, de Parménides. Otros, finalmente, lo hacen hijo de Teleutágoras por naturaleza, y de Parménides por adopción. De él y de Meliso dice Timón:
En una y otra lengua poderoso,
difícil fue Zenón de ser vencido,
sí vencedor de todos,
Igualmente Meliso, que supera
todas las fantasías de la mente,
y acaso es superado de muy pocos. - Zenón fue discípulo de Parménides, y aun su bardaja. Platón en su “Parménides” dice que fue alto de cuerpo; y en su “Sofista” lo llama Palamedes Eleático.
- Aristóteles dice que fue inventor de la dialéctica, como Empédocles de la retórica. Fue varón clarísimo en filosofía y política, como vemos en sus escritos, tan llenos de sabiduría.
Queriendo destronar al tirano Nearco (o Diomedonte, como quieren algunos), fue aprehendido, como refiere Heráclides en el Epitome de Sátiro. En esta ocasión, como fuese preguntado acerca de los conjurados y de las armas conducidas a Lípara. dijo que los conjurarlos eran todos los amigos del tirano; con lo cual quiso suponerlo abandonado y dejado ya solo. Después, diciendo tenía algo que hablarle a la oreja tocante a algunos, se la cogió con los dientes y no la soltó hasta que lo acribillaron a estocadas, como sucedió al tiranicida Aristogitón. Demetrio dice en sus Colombroños que la nariz fue lo que le arrancó de un bocado. - Antístenes escribe en las Sucesiones que después de haber citado por cómplices en la conjuración a los amigos del tirano, como éste le preguntase si había otro culpado, respondió: “Tú, oh destrucción de esta ciudad”. Y que a los circunstantes habló en esta forma: “Estoy admirado de vuestra cobardía, pues por miedo de lo que yo padezco sois esclavos de un tirano”; y que luego, cortándose la lengua con los dientes, se la escupió a aquél encima. Incitados con esto los ciudadanos, al punto quitaron la vida a pedradas al tirano. Finalmente, Hermipo dice que Zenón fue metido en un mortero y machacado allí.
¿En qué sentido la religión, el conocimiento y la razón son puestos a prueba por Jenófanes, Parménides y Zenón?
¿Cómo la tradición occidental ha metabolizado estas contribuciones?
¿Qué brecha abre el filosofar de estos peculiares pensadores en nuestra mirada marcada por el egodeísmo, las transformaciones acomodaticias y una anodina sensatez?
Primera
Antes que estos tres pensadores, otros ya habían cuestionado las creencias, las formas de llegar a ellas y el uso de la razón para elaborarlas; Heráclito, por ejemplo. Jenófanes, Parménides y su discípulo Zenón, sin embargo, no solo entran en el contenido de qué creencias, qué formas de conocer y cómo razonar, sino que ponen estas tres actividades intelectuales en la palestra. Es la coherencia de las creencias con respecto a la cosmovisión lo que Jenófanes cuestiona a través de sus bueyes pintores y la divinidad no antropomórfica; es la posibilidad de conocer y la manera de establecer la verdad lo que Parménides investiga ayudado por las inspiradoras doncellas que allanan el camino de su cuadriga hasta la diosa; y es la consistencia lógica de las teorías de sus coetáneos sobre la pluralidad y contra el movimiento lo que Zenón rigurosamente desafía con sus argumentos basados en la reducción al absurdo.
Jenófanes examina las creencias religiosas y encuentra una antropomorfización que es incoherente con la observación de la naturaleza y con las explicaciones cosmogónicas que los filósofos físicos y matemáticos de su tiempo debaten. ¿Cómo aceptar a los dioses del Olimpo y sus sospechosas similitudes con las tribulaciones humanas? ¿No serán una proyección de los mortales para aliviarse o justificarse? ¿La imagen de un dios todo pensante que ordena el universo, que todo lo atraviesa con su ”vibración”, no encaja mejor con la cosmovisión griega de la realidad como una totalidad cíclica desplegada en un fluir
armónico? Hay, en suma, una voluntad de racionalizar las creencias humanas, más que dejarse llevar por una complaciente autoimagen.
Parménides nos brinda un viaje iniciático en el que, de nuevo, la perspectiva humana debe ser abandonada, aunque sean los humanos quienes eligen y pueden tomar una de las dos vías; la del ser y la del no ser. Ser, conocer y comunicar la verdad sobre el ser es una opción, mientras que el no ser, no se puede conocer ni comunicar. Sin embargo, caminar por esta segunda vía es posible, vivir en las apariencias y opiniones es la norma; Parménides ha descubierto el “error” en el ser humano, quizás en la vida misma, y esta revelación trae consigo la invención del principio de no contradicción, con el que se inaugura la ciencia de la Lógica. El camino de la Verdad que acompaña al Ser, a lo que hay verdaderamente, exige estar vigilante contra las opiniones infiltradas por el error de, por ejemplo, pensar que “porque yo lo he pensado así, es así, sin más”, sin acoger la posibilidad de poder pensar equivocadamente, tanto como podemos tener una mala digestión. La vía del ser exige un trabajo duro y constante de transformación radical para acceder a la realidad más allá de la finitud humana.
Zenón argumenta contra la pluralidad mediante la contradicción entre lo finito y lo infinito en tamaño o número de las cosas. No importa si hoy pensamos que tiene razón o no, ni si su argumento es válido, pues es asunto controvertido; importa que se toma en serio las ideas ajenas, profundiza en su comprensión y descubre o inventa una manera de ponerlas a prueba. Zenón supone que la concepción de la realidad como una pluralidad es correcta, deduce una serie de consecuencias que llevan a tener que afirmar a la vez dos cosas se contradicen; la cosas son infinitas en número, por ejemplo, y que las cosas son finitas en número. Esto es una contradicción; el principio de no contradicción anticipado por Parménides debe aplicarse; algo no puede ser y no ser, por lo tanto, el supuesto de que la realidad está compuesta de pluralidad no es correcto. Este tipo de prueba lógica, la reducción al absurdo, es el último recurso; lo mínimo que se le puede pedir a nuestras ideas es que no lleven a contradicciones. Zenón aplica esta prueba lógica a la concepción de los pitagóricos sobre el tiempo y el espacio, ya sea como unidades finitas o como una serie infinita de posiciones. Las conocidas paradojas de Zenón como la de Aquiles que nunca alcanza a la tortuga, la flecha lanzada que no se mueve, o las filas de masas que se cruzan sin moverse, deben entenderse en este destructivo y constructivo sentido de hacer avanzar el pensamiento con rigurosidad, y no en un caprichoso antojo de pleitear.
Segunda
Al mirar la doctrina filosófica de Jenófanes, Parménides y Zenón, se aprecia que la marcha de la historia puso a estos pensadores y sus ideas en una línea de pensamiento que se impondrá gracias a Platón, Aristóteles y el cristianismo. La unidad, permanencia y completud del cosmos, la divinidad asociada, la vía del ser frente al no ser son ideas que han vertebrado el pensamiento occidental bajo una pluralidad de variaciones temáticas y expresivas.
Hay otra línea de pensamiento menos popular, incluso en ocasiones maldita, que ha defendido la doctrina contraria, la pluralidad del universo y de lo divino, la vía del devenir frente al ser o la temporalidad a la eternidad. Junto con Heráclito, Spinoza, Nietzsche, Heidegger, Canguilhem, Foucault o Serres han destacado la importancia del devenir del ser en el tiempo y de los procesos vitales que se despliegan en la realidad de la que los humanos somos una pequeña parte.
Si miramos el filosofar de Jenófanes, Parménides y Zenón en el contexto histórico del debate en que participaron, entendemos que no niegan la necesidad de creer, ni la imperfección de las opiniones humanas, ni los fallos de razonamiento. La práctica de la filosofía es una actividad transformadora que actúa sobre la mentalidad colectiva, un valiente desafío a lo establecido, una función de la vida que es en sí misma crítica. Por estas razones, ambas líneas de pensamiento son complementarias e inevitables, se entrelazan en el tejido de la historia, haciéndose más indistinguibles al examinarlas en proximidad, y son máxima expresión de la forma en que los humanos, en tanto que organismos vivos, hacemos frente a la realidad y sobrevivimos produciendo conceptos, ideas o teorías, nunca perfectas pero sí perfectibles.
Tercera
Profundicemos en el experimento mental de la individuotopía, presentada en la entrada anterior, añadiendo tres rasgos; egodeísmo, transformaciones acomodaticias y anodina sensatez. El sujeto contemporáneo filtra la realidad desde un ego todopoderoso, como si de un dios se tratara, crea su mundo, o así se le aparece, mediante un flujo de imágenes entrantes y salientes del vórtice en que se ha convertido. Mucha realidad le pasa inadvertida y gran ansiedad le sobreviene debido a esta ceguera. Las transformaciones acomodaticias vienen al auxilio; egodeus puede cambiar los filtros, conformar mejor sus reacciones o adoptar otros discursos a través de técnicas y remedios del yo, convenientemente comercializadas. Sentirse bien pero no transformar más que la piel visible de sí mismo. La sensatez del egodeísmo deviene así anodina en su triple sentido; sin gracia, insignificante y calmante del dolor de una existencia fallida, pues es la expresión de una racionalidad cercenada del entorno, aún así circundante, y consumida por el deseo inducido al que sirve.
Si hay malestar y queremos romper con nuestro egodeus penitente, a modo de manual de autoayuda sugerimos los siguientes pasos:
A. Momento Jenófanes: nuestras creencias, aquello con lo que nos identificamos vehementemente ya sea religión, nación, facción política, orientación sexual, preferencia alimentaria o excentricidad que te permite brillar en sociedad, se basan en proyecciones de nosotros mismos. No hay en la realidad nada que las haga sagradas o valiosas salvo la contingencia de ser nuestras. Pensar en la Vía Láctea puede ayudar, aunque solo es una entre miles de millones de galaxias.
B. Momento Parménides: iniciar un viaje de transformación supone atreverse a coger un impulso, una cuadriga, que te lleve lejos de los lugares comunes, abandonarse a la diligente belleza de las doncellas hijas del Sol que nos abren las puertas del infinito de la verdad, y saber escuchar la sabiduría de Atenea. Ejercer la valentía, la generosidad y la conciencia atenta transforma la vida por dentro y también ahí fuera, más allá de la cómoda flexibilidad en la que se ha instalado nuestro egodeus, supuestamente “en proceso” pero de hecho perpetuador de lo mismo.
C. Momento Zenón: no dedicar tiempo para razonar en contra de tus razones y a favor de las razones de los otros nos convierte en seres vivos pensantes de anodino nivel. Aprende lógica, y ejercítate con rigor contra tu egodeus y a favor de los otros; quizás en tus “errores” de pensamiento también encuentres los “errores” de los otros, y los aciertos ajenos puede que señalen a algunos aciertos en tus argumentos. Vemos que el rigor y el absurdo son buenos amigos de viaje en la sanación del egodeísmo.
Estos tres momentos se resumen en uno; sigamos practicando filosofía.