A veces hay estallidos de conciencia, lo sabemos porque los autómatas obedientes se arremolinan en torno a focos de interés de repente, aparentemente, ajenos a las tendencias hegemónicas. Lo sabemos porque, como un rumor, vemos crecer su imparable presencia en las redes sociales hasta que erupcionan en los grandes medios. El movimiento #MeToo es buen ejemplo. Pero no todo es oro lo que reluce.
Estos fenómenos muestran varias cosas; que las personas, como los nenúfares hacen con su entramado de raíces que se encuentran bajo la superficie del agua, tienden a expandir sus inquietudes íntimas hacia los demás; que estas afectaciones personales susceptibles de universalizar dándoles visibilidad en el espacio público suelen ser, principalmente, de carácter político, y que la correa de transmisión entre la efectiva conexión entre la ética y la política se ha convertido en el último objetivo de control y estrategia dominación de los grupos de poder fácticos. El uso comercial de estudios avanzados de psicometría basados en las redes sociales por empresas de marketing político, como Cambrigde Analítica, que utilizan compañías tecnológicas de escala global, como Facebook, ha tenido un impacto real en las instituciones políticas de Europa y Estados Unidos; véase el caso Brexit y el caso Trump.
No se trata de una teoría conspiratoria, aunque hayan muchos conspiradores identificables, sino más bien de un juego de fuerzas entre poderes contrapuestos. Se trata de una guerra sin fin entre el orden social que se perpetúa en la supervivencia del grupo y la igualdad radical que se expresa en la cuestión de hecho de que compartimos un espacio de necesidades, de conciencia y de anhelos. La cuestión es que la ordenación que surge de la distribución de funciones, posición social y riquezas, por el mero hecho de repartir y asignar lugares específicos a las individuos y grupos introduce mayores o menores dosis de desigualdad en la sociedad. De forma reactiva, los sujetos que se ven insertos dentro de esta red, que incluso les constituye y les da sentido, tienen la posibilidad del pensamiento libre, la fuerza de decir no, y la capacidad para actuar en consecuencia pese a las consecuencias negativas que pueden sufrir. La guerra entre la Concordia ordenadora de la desigualdad y la Discordia transformadora para la igualdad se viene librando desde siempre.
Está actividad ética-política necesaria para el progreso social muchas veces no sucede; en este caso seremos buenos autómatas. No es que el autómata no sea inteligente o que no tenga conciencia. De hecho, nuestra disposición humana es a una existencia basada en la comprensión de lo que hacemos y las decisiones que tomamos. Pensemos que muchos tiburones de Wall Street tienen conciencia de lo que hacen y son muy inteligentes, sin embargo, siguen siendo piezas de un engranaje que escapa al control de los individuos. Hay momentos en la historia que suceden pocas cosas en el mundo de los hombres porque la obediencia automática, porque las estrategias de ordenación, sus instrumentos y técnicas alcanza una plenitud tal que se desconectan la ética de la política. Los momentos totalitarios representan una situación paradigmática de dominación casi total. Antes de seguir, una pregunta muy pertinente que nos podríamos hacer aquí; ¿es siquiera posible hablar de ética sin política, de una actividad ética estrictamente personal, no concernida con los demás y el espacio que compartimos con ellos?
Es cierto que la naturaleza puede romper esta Pax, e interrumpir la continuidad de lo mismo. Aquí podrían aflorar las tendencias éticas que se dirigen hacia lo político. Una sequía, una hambruna, una erupción volcánica y otra hambruna, un cambio climático…
Sea como fuere, ha de haber un movimiento progresivo del pensamiento presente, sólo que latente, para que la sociedad se pueda reconfigurar. La alternativa es la desaparición de la civilización cuando la naturaleza golpea duro; de esto, también la historia nos ilustra con innumerables casos.
Los obedientes autómatas también pueden desobedecer sin la ayuda desestabilizadora de la naturaleza. Desde dentro del mundo humano, las mujeres siguen pensando que su situación no es justa, que el lugar que la ordenación social ha dispuesto para ellas atenta contra la palmaria igualdad radical. Por supuesto que hay diferencias sexuales pero esas diferencias no pueden ser causa de la asignación de funciones, estatus social y riqueza diferenciados. Del mismo modo, asignar a las personas rubias trabajos peores, consideración social inferior y condenarlos a la pobreza por ser rubias no tendría sentido puesto que, de hecho, comparten con morenas y pelirrojas un mundo humano de necesidades, conciencia y anhelos. Vaya, parece que también esa es la lucha actual de la población afroamericana que igualmente viene de muy lejos, así como la de los parados estructurales, y trabajadores precarios… que se ven marginados de la plenitud del consumismo.
La desactivación política de las personas se produce por el desencanto y hastío hacia la clase política, se desprograma mediante el trabajo de instituciones como la escuela, por los llamados mass media, y se neutraliza cuando se piensa la ética sin la política. Entonces, es el tiempo de autómatas obedientes.