Primera Etapa

Fieles a sus amos infieles

La fidelidad es un valor posiblemente en todas las culturas y en todos los ámbitos de la vida. Parece que en las cuatro esquinas del mundo las personas esperan de los demás fidelidad, confianza, lealtad o cualquier otra forma análoga de vínculo. En las relaciones de pareja, con los amigos y los compañeros de trabajo se considera positivo sostener la fe que las personas se deben entre sí; parece como si el funcionamiento social lo requiriese.

Seguramente esto es así, pero no parece menos cierto que tanto el exceso como el defecto de este ingrediente de las relaciones resultan desastrosos. Aristóteles recomendaba el justo medio que, aplicado a este caso, nos diría que tan malo es la ciega fidelidad como su ausencia. La primera subyuga, somete y explota al que entrega su confianza, juicio y voluntad sin reparo al que deviene su amo. La segunda hace de la relación con los otros un lugar hostil, una guerra continua en la que el infierno son los otros.

Si encontrar el punto medio es difícil en las relaciones personales, sorprendentemente, lo parece mucho más en el plano social y político, a pesar de que el componente afectivo suele ser menos intenso en este ámbito, y que tanto la igualdad formal como la reciprocidad entre representante y representado quedan asumidas en el sistema democrático. No obstante, este no parecer ser el problema hoy, al menos no el más importante.

Una posible forma de ver el estado actual de la relaciones entre los ciudadanos y sus representantes políticos sea el tipo y grado de fidelidad que se profesan mutuamente. Cierto afecto ha de mantener la fe en que el otro corresponda con la suya, en primer término, y que hará lo que se espera tal y como uno estará dispuesto a hacer lo que se haya comprometido, en segundo término pero no menos importante. Ciertamente tal sentimiento ha decaído últimamente al tiempo que los lazos de fidelidad se están disolviendo.

En este escenario de nihilismo decadente, los últimos intentos de mantener una apariencia saludable del sistema democrático es la estrategia de trasladar modelos de fanatismos ciegos a la arena política. El espectáculo de los gladiadores en época de los romanos o el futbol de hoy transferido al campo de la actividad política tiene sus ventajas e inconvenientes. Primero, se oculta que la esfera política ha quedado superada por el ímpetu de una economía globalizada; segundo, se agita de nuevo la afectividad entre los ciudadanos y sus instituciones políticas; y tercero e inseparablemente de las otras dos, las élites perpetúan un orden social que les permita prolongar su actividad extractora.

Los inconvenientes de esta estrategia son evidentes incluso para sus practicantes, de ahí que muy posiblemente sean infieles carentes de proyecto de futuro para la sociedad, obsesionados como están con su particular interés. Primero, el enfoque frentista, incluso militarista, polariza o divide a las personas; segundo, la afectividad interesada se construye sobre identidades excluyentes que acaban por disolver más que crear vínculos sociales estables; y tercero e igualmente inseparable de las otras dos, al final de estos procesos de agitación inducida la desafección será incluso más profunda.

La pregunta relevante para los ciudadanos es más bien: ¿Qué actitud habría que tener para no caer en una fidelidad ciega hacia estos amos infieles? ¿Qué estrategia seguir para poder decir no, que no queremos ser gobernados así ni a ese precio? El escenario de enfrentamiento nacionalista, españolista y catalanista, podría ser un buen ejercicio de análisis y reflexión específica sobre esta cuestión que Emilio propone.

José Emilio Batista Barrios

Artículo escrito por José Emilio Batista Barrios, compartiendo pensamientos y reflexiones desde Scholé.