Primera Etapa

La cama de Procusto

De entrada, os diré que a mí lo que me gusta es la verdad, y sus aliadas, la transparencia y la claridad.

Pero lo que me encuentro en el  diario de la política es la mentira (omito la falsedad y el error);

me encuentro el ocultamiento, la máscara, la manipulación de la realidad;

me encuentro la oscuridad.

A esto que encontramos en la política es a lo que se ha llamado de manera insidiosa “post-verdad”, que podríamos definir lisa y llanamente como alteración deliberada de la realidad: es el último grito en la “Historia reciente de la verdad”.

Hechos: no; intereses: sí.

(¿Os imagináis esta expresión convertida el lema de campaña electoral por algún partido? Impensable, pero…a él se atienen en mayor o menor medida)

Da la impresión de que la política no atiende a hechos. Atiende a intereses de la más diversa naturaleza, todos traducibles en términos de poder y de producción electoral. Y cuando hechos y poder no casan, la política trata de “ajustarlos” enmascarando la realidad (recortándola) o manipulándola (descoyuntándola).

Si los hechos no “nos” sirven,

alteramos la realidad (hechos alternativos),

la manipulamos  con desfiguras y  contrafiguras a través de las mil astucias para manipular el lenguaje (Nicolás Sartorius, Breve diccionario de los engaños).

De ahí que no debamos sorprendernos de la constelación de mentiras por un lado y, por otro, de la cháchara bufonesca  en el Parlamento, donde el único recurso es la palabra y el lenguaje.

Mentiras: para engañar y destruir la verdad;

cháchara: para oscurecerla y ocultarla.

De esta manera, hemos convertido la política en verdades a la carta y en competición por un lado, y en distorsiones obscenas del lenguaje, por otro.

A Hannah Arendt le preocupaban las mentiras sobre los hechos y, sobre todo, la facilidad con la que la gente las creía. Decía:

“Las mentiras resultan a veces mucho más plausibles, mucho más atractivas a la razón que la realidad, dado que quien miente tiene la gran ventaja de conocer de antemano lo que su audiencia desea o esperar oír. Ha preparado su relato para el consumo público, esmerándose en que resulte creíble, mientras que la realidad tiene la desconcertante costumbre de enfrentarnos con lo inesperado, con aquello para lo que no estamos preparados” (Verdad y mentira en la política, Edición de Página Indómita, pag. 90).

Proponemos hacer política desde la racionalidad lógico-analítica, que es hacerla con las luces encendidas de las razones, aunque encender la luz sirviese solo para poner de manifiesto la oscuridad reinante. Defendemos convertir la veracidad en factor político de primer orden que evite entregarnos al torbellino de la mentira organizada hasta hacer más desigual y más injusto el mundo en el que vivimos. Sé bien que la mentira no tiene color político, pero también sé que la escala, la frialdad y el cinismo con que se la práctica no es igual en todos los agentes políticos.

Una opinión, un criterio para cada persona, para cada voto: porque nos ejercitamos en la capacidad de fundar nuestras propias opiniones (¡también existe la manipulación masiva de las opiniones!), y en La capacidad crítica para valorar lo que otros ven (¡mejor que votar una vez cada cuatro años es votar todos los días sobre lo que vemos con nuestras opiniones razonables!):

Ver lo que hay,

lo que pasa y acontece,

lo que se oculta en la manipulación,

también lo que contradice nuestros deseos y planes (¡para ver hay que tener la firme decisión de ver!).

Es necesario ver la realidad para poderla transformar en la que deseamos. La política es lo propio de todos, tener en cuenta las opiniones de otros es un indicador inequívoco de racionalidad democrática, y hacerlo desde la cercanía a la multiplicidad de discursos frecuentemente discordantes y a la consiguiente conflictividad que genera. No deberíamos olvidar que el mejor recurso para atraer al voto a muchos de los integrados en el Gran Partido De Los Que No Votan porque no creen en las elecciones es: decir la verdad, buscar la verdad con ellos, y abordar los temas importantes para la comunidad.

La Verdad razonada,

ilustrada,

objetiva,

real,

profana,

siempre en construcción;

no esa pos-verdad subjetiva y a la carta que circula entre tantas posmodernidades con normalidad,

cuando no puede ser “normal” la alteración deliberada de la realidad.

¡!Cuidado con las palabras y su manipulación!!

No todas se las lleva el viento, algunas quieren quedarse. Las palabras nunca vuelan solas, vienen en bandada, de manera que son muchas las que acompañan a esta de hoy que llamamos “posverdad”. Como dejó muy bien dicho Ernst Toller: El miedo a la verdad conduce al autoengaño.

Pascual García Mora

Artículo escrito por Pascual García Mora, compartiendo pensamientos y reflexiones desde Scholé.