La muerte de un político
“No es el fin del Estado convertir a los hombres de seres racionales en bestias o en autómatas, sino por el contrario que su espíritu y su cuerpo se desenvuelvan en todas sus funciones y hagan libre uso de la razón sin rivalizar por el odio, la cólera o el engaño. El fin del Estado es, pues, verdaderamente, la libertad”.
Es un texto de Baruch Spinoza,
en su Tratado teológico-político, capítulo 20.
Confieso que estoy impresionado con la muerte de Alfredo Pérez Rubalcaba.
Escribo esta entrada desde el amanecer del día en que tan fácil resulta darme cuenta que, verlo (el amanecer), es, solo, privilegio, ay, de los que seguimos vivos por un poco más de tiempo.
Esta impresión,
el sentirme impresionado,
me deja la impresión celeste de evidenciar
que personas con las que jamás hemos hablado pero a las que hemos visto y oído hablar muchas veces, cuando se mueren,
dejan a muchos impresionados, más allá de su filiación política.
Lo veo dando clase, ya dejada la política,
de pie sobre la tarima,
en el recogimiento de un aula universitaria,
dirigiendo una clase no una multitud de alumnos (él que estuvo tantas veces frente a una multitud) sino a unos cuantos jóvenes que querían hacer la misma carrera que él mismo (y su mujer) habían hecho hace ya muchos años… él, que había sido Ministro de Educación: !qué maravillosa puerta giratoria que le devolvió al lugar del que salió para dedicarse a la política!
Es reconfortante experimentar en uno mismo que la muerte de un político la podemos vivir como una pérdida,
como una tristeza,
como una alegría por la existencia de una persona pública así,
con optimismo, pues de esta manera se construye la esperanza: la ejemplaridad es la mejor esperanza de los días que deseamos que lleguen, la ejemplaridad en la gestión de los intereses de todos los cualquiera es la mejor complicidad entre la política y la sociedad.
Como si quisiera depositarle una rosa roja en el “liso” ataúd que mostraban las televisiones, elegí, al azar casi, un texto del Tratado teológico-político de Spinoza, por ser uno de mis filósofos preferidos, de esos que su lectura y su biografía te invitan hacia una vida más vitalista y dedicada:
El texto que elegí me hablaba…
del “fin del Estado” que tanto exige tener el Estado en la cabeza para comprenderlo, trabajarlo y hacerlo realidad;
“del libre uso de la razón”, pues debe ser la razón la que ocupe el centro del debate y del diálogo político, y, luego, de la negociación y de la conclusión de pactos;
“del libre uso de la razón”, porque no puede haber democracia sin una ciudadanía cultivada en orden a pensar, y vivir, libremente, y eso depende mucho de la educación, no solo de los saberes técnicos y profesionales;
“sin rivalizar por el odio, la cólera o el engaño”, de manera que la rivalidad pueda resultar admirable y admirada por los adversarios políticos y votantes de otras formaciones políticas. Cuanto hemos deseado en estos días que las relaciones políticas de confrontación sean sin odio, sin cólera, sin engaño. Y que los niveles de crispación verbal, conceptual y gestual empiecen a descender.
“El fin del Estado es la libertad”, y para ello la política democrática debe favorecer e impulsar que el espíritu y el cuerpo de todos los ciudadanos se desarrollen en todas sus funciones, que no sean autómatas (tan abocados que estamos a los automatismos comportamentales y a considerar a los sujetos de la política como simples bases de datos).
La muerte llega de mil maneras y a día incierto, pero llega siempre. Ese día, un miércoles, a las 8.30, el político que se llamaba Rubalcaba ejercía de profesor de Química Orgánica con el nombre de Alfredo, dando clases en su Facultad. Horas después, por la tarde, le llegó la invitación a subir en esa Barca guiada por ese Barquero que nadie ha podido rechazar.
Me imagino al político y filósofo Spinoza ejerciendo el oficio que había elegido en su juventud: pulidor de cristal para fabricar gafas, microscopios y telescopios, mientras escribía el Tratado teológico-político y, antes, su “Ética demostrada según el orden geométrico”, que es un ancho y fértil camino desde la servidumbre hacia la libertad, desde la tristeza hacia la alegría.
Una manera ética de ser y de estar en la política: seguramente eso es lo que hemos percibido muchas personas que nos hemos sentidos impresionados por la desaparición de este político joven.
Miro al escenario de la política y constato que sí: nos faltan Rubalcabas.