Son cuatro los caballos que sobrevuelan la basílica de San Marcos,
no llevan jinete,
los perdieron,
en algún lugar,
cuando los cuatro tiraban de una cuadriga incierta.
Están solos, pero no como lo están cuando tranquilamente pastan en un prado cercado por una valla.
Un caballo quiere suelo, jinete y tarea, pero éstos tienen su cuadra elevada en el lugar propio de un palomar: los cuatro galopan, galopan, galopan en una carrera imaginaria y sempiterna en la fachada de la basílica de San Marcos de Venecia.
Nunca están cansados,
siempre pletóricos de fortaleza:
parecen perdidos aquí,
en esta ciudad definida de leones,
acosados por la contaminación ambiental y por los excrementos de las palomas:
como si estuvieran fuera de lugar estando en el lugar más esbelto de la catedral.
Recalaron en este suelo lacustre destinados a marcar la vertical de la basílica sobre el gran arco de la entrada, pisando casi el borde de la balaustrada de mármol a donde acceden los turistas, sin que pueda saber cuántos han tenido la tentación de hablar con ellos para interesarse por su historia.
Están parados y silenciosos, con una pata levantada pero sin posibilidad de dar un paso, ni siquiera de piafar, con las narices inflamadas en un relincho siempre inconcluso.
No sé qué hacen aquí.
Quizá añoran correrías romanas como la única época de felicidad. Quizá lamentan siglos de aburrimiento en Constantinopla.
Quién sabe si se dejaron conquistar más tarde por los venecianos, que arramblaron los caballos y las riquezas de Bizancio
(¡cuánto de Santa Sofía puede haber en San Marcos!).
Siete siglos aquí, en las riberas del Adriático, ya acostumbrados,
y hasta encariñados, creo,
con los capiteles de mármol rosa en los que afirman sus doradas patas,
hasta que la Historia los llamó, de nuevo, para continuar la peripecia. Napoleón invade, conquista, acaba con la Serenísima República de Venezia y, a culatazos, se los llevó a París, para regresar en 1815.
¿Hasta cuándo permanecerán los caballos auténticos en esta enigmática Basílica?
No lo sabemos, pero está claro que ellos saben que son objeto de deseo preferido de los Guerreros Supremos de Cada Momento Histórico, y puede que ya esté escrito un futuro para ellos en algún lugar de China o de Dubai a donde seguramente podrían viajar en un confortable supersónico avión de mercancías.
En el “sobresalir” de esta cuadriga vive todo el cansancio de la basílica donde se conserva todo lo oscuro de este Estado veneciano apilado en secreto (Rilke, en Nuevos poemas II, Hiperión, página 157).
Nadie me parece que haya expresado mejor el “sentir” del monumento construido con la suma de todas las conquistas. Nadie entendería llamar “cansada” a la Catedral de Burgos, que cada mañana aparece recién levantada y reluciente. Esta de San Marcos, en cambio, Basílica y Catedral católica, es simple lugar de exhibición a donde nunca llegó un peregrino y en donde nunca se rezó.
Siempre al lado del Palacio de los Dogos.
Cuatro caballos testigos de las más fastuosas ceremonias medievales en la plaza de San Marcos. ¿Cómo eran los fastos que veían los caballos? Lo mejor es irse a la cercana Galería de la Academia y contemplar, y ver, con detalle, La Procesión en la Plaza de San Marcos, de Giovanni Bellini, 1496.