Escribir y hablar sobre lo político y sobre la política de cada día exige valor y esfuerzo, porque te obliga a plantearte cómo hacerlo.
Hoy no me quiero referir al qué de lo que se habla sino al cómo, desde la convicción de que, si no mejoramos el cómo escribimos o hablamos, será igual el asunto que tratemos, no servirá de nada, o servirá para peor;
no servirá para encontrar soluciones y convivencias, sino para dificultar las soluciones añadiendo un problema sustancial, imposibilitando acuerdos, degradando las relaciones personales y…degradando la política.
Hemos perdido el respeto a las palabras;
hace tiempo que no nos sentimos comprometidos por lo que dicen,
y, hace tiempo, que hemos ido aprendiendo las malas artes de que las palabras sean meros significantes sin significado,
vacías y hueras,
a fin de que los usuarios puedan cargarlas a su conveniencia y gusto a costa de una brutal arbitrariedad, como “brutal” y “arbitraria” es toda clase de manipulación y toda clase de mentira y de engaño.
Es ésta una cuestión de primerísima magnitud pues afecta a la comunicación propiamente dicha, hacer algo en común y hacer común algo, vía esta la más apropiada para trabajar por el interés de todos y por el bienestar general;
No es nuevo.
Es nueva la manera de ejercer el sofisma.
Entendiendo por sofisma:
“razones o argumentos falsos con apariencia de verdad”, en piadosa descripción de la RAE,
o utilización de todos los recursos que permite el lenguaje para esconder la realidad y evitar decir lo que se piensa, en descripción más actualizada.
Y, en esto, los nuevos sofistas distan mucho de estar a la altura de aquellos del siglo de Pericles que enseñaban el arte de analizar los sentidos de las palabras como medio de educación y de influencia sobre los ciudadanos. Por ello, los atenienses ricos enviaban a sus hijos a estudiar con los sofistas, profesores muy inteligentes que instruían a sus alumnos en el arte de la oratoria, recibiendo por ello unos honorarios muy elevados.
Una sesión parlamentaria da buena prueba de la vigencia de los nuevos sofistas. Pero también muchas de las tertulias que ofrece la televisión. Y mucho más cerca: cualquier conversación acerca de la actualidad, sea libro, política, suceso, canción, película. Y si de escribir se trata, redes sociales y comunicaciones en WhatsApp dan buena cuenta de ello.
La mayor parte de los políticos de ahora, mucho menos preparados que aquellos de la antigüedad,
se fatigan y se irritan con la verdad,
cobran (¿??) por la verdad de cada día que cada día inventan a conveniencia, con vistas al particular interés personal o de grupo;
se cansan de preferir y mantener lo preferido, a la vez que viven expuestos al capricho del momento, o de la circunstancia, o del jefe que manda y controla,
como si hacer política fuera zapear,
se olvidan de una atención profunda y una mirada serena que sustituyen por una hiper atención poli direccional.
La palabra es hoy una mercancía que ya no vale por su valor de uso sino por su valor de cambio:
utilizo palabras para conseguir votos,
utilizo palabras para degradar al contrario
y, si es posible, hacerlo desaparecer.
La política está muy incivilizada, muy planteada entre enemigos, entre indeseables, por eso las palabras con sus tonos y gestos suenan a violencia civilista.
Como la derecha parlamentaria no tenía mayoría suficiente para “tumbar” (¡!qué palabra tan desgraciada y tan sintomática) los Presupuestos Generales del estado para 2022, esta derecha nuestra abandona el calor de las partidas presupuestarias y se lanza sobre cualquier tema susceptible de convocar a los demonios, de manera que casi todos los caminos conducían a tres asuntos:
1.- La presencia del Jefe de la Oposición en una misa celebrada en recuerdo y exaltación de Franco.
2.- La recurrencia a ETA con el recuerdo del terrorismo.
3.- La presencia de una tanqueta en las manifestaciones del sector del metal en Cadiz.
Misa, ETA y tanqueta para encanallar el debate presupuestario.
Siento repugnancia cada vez que oigo estas huidas del tema para caer en ocurrencias tan insignificantes, tan inoportunas y tan poco edificantes.
Esta manera de hablar no necesita ya del pensamiento al estar poseídos por la utilidad de partido y no por la verdad del bien común.
Así las cosas…uno tiene la tentación de optar por el silencio como signo de rebeldía frente a la superficialidad del debate político y a la banalidad de la participación política. Es una “tentación”, digo,
en la que no debiéramos caer porque es imprescindible reivindicar la política y transformarla, transformación que solo se puede fundar en la dignidad de la palabra y en la dignidad de las personas a quienes sirve.
Perder el respeto a la palabra es entregar la política a los bárbaros, y es difícil que haya días sin que tengamos la sensación de vivir en la barbarie. Impresión esta que quizá comparta Thomas Piketty cuando en El País del pasado domingo 28/II/21 decía: los tiempos actuales me recuerdan a los tiempos previos a la Revolución Francesa. El objetivo de distinguir la verdad de la mentira me empieza a aparecer inalcanzable, lo que me ha llevado a recordar la “Boca della Veritá”, una enorme cara de tritón procedente de una fuente que, en la actualidad, se encuentra en el porche de una preciosa iglesia medieval en Roma con campanile románico, Chiesa di Santa María in Cosmedin, rostro este que era el de la Verdad porque era el gran detector de las Mentiras.