Primera Etapa

Los pocos gobiernan a los muchos

David Hume (1711-1776), el gran filósofo inglés que también se dedicó a la filosofía política, escribió la colosal obra “Ensayos morales, políticos y literarios”. Pues bien, el capítulo IV que titula “de los principios primordiales de gobierno” lo arranca así:

“Nada les parece más sorprendente a quienes contemplan los asuntos humanos con mirada filosófica que la facilidad con la que los pocos gobiernan a los muchos, milagro este que solo puede explicarse al observar que la fuerza está siempre del lado de los gobernados porque tienen opinión”. Y concluye: “La opinión de los gobernados es, pues, el fundamento de todo gobierno”.

Sorprendente era entonces; también, y mucho más, ahora. Quienes miramos la realidad con mirada filosófica nos seguimos sorprendiendo de la facilidad con la que los gobernantes  gobiernan, incluso la facilidad con la que los gobernados seguimos eligiendo frecuentemente a los mismos gobernantes.

¿La culpa?

Entonces y ahora la responsabilidad la tiene la opinión de los gobernados. Por eso nadie debería extrañarse de la existencia de la gigantesca industria de la publicidad y de la propaganda; ni de los enormes gastos que los partidos consumen de los presupuestos generales del Estado, y, vía corrupción, de fuentes ilegales; ni de la actualidad de las sondeocracias, cuyas encuestas, más que una foto del momento como se dice, son deliberados engaños a la opinión pública, verdaderos instrumentos manipuladores de acción política.

Una persona, un voto, una opinión, un criterio”.

El criterio es la racionalidad de la opinión, de la opinión propia. La opinión propia se cultiva promocionando la inteligencia y alentando la libertad de pensamiento. La opinión propia de los muchos es muy peligrosa: por eso existe el control de la opinión pública. Las democracias no controlan (¡afortunadamente!) mediante la fuerza o la represión, pero lo intentan hacer por otros medios para conseguir lo mismo: que los votantes sigan siendo espectadores (empobreciendo su inteligencia y su autonomía), que consientan (¡de este verbo procede el sustantivo “consenso”!) que consientan, digo, ser conducidos por la inteligencia de los gobernantes (no me parecería incorrecto llamarles oligarcas”), siempre bajo la apariencia de un “consenso democratizador”.

Que los ciudadanos voten…sí, pero sin opinión propia.

A la vista de ello me parece importante decirme a mí mismo la importancia que tiene vivir con conciencia de que esta realidad es triste, indignante, corrupta, maquiavélica. Vivirla desde el propósito de cultivar un pensamiento autónomo, libre de manipulaciones. Vivir con la necesidad del intercambio de ideas, de la libre expresión, de la participación ciudadana, de la capacidad crítica.

¿Qué entiendo por “capacidad crítica”?

Una cierta manera de pensar, de decir, de actuar;

una cierta relación con lo que existe, con lo que sabemos, con lo que hacemos;

una cierta relación con la sociedad, con la cultura, con los otros.

La opinión propia es el poder de los gobernados en los estados democráticos. La opinión gregaria es la que nos hace ignorantes,  tontos, simples consumidores (de productos, de conocimientos, de políticas): seres controlados. Con opinión propia, disentimos; con opinión gregaria, consentimos.

Pascual García Mora

Artículo escrito por Pascual García Mora, compartiendo pensamientos y reflexiones desde Scholé.