“Zaratustra oyó con claridad una voz de hombre que salía de entre las vacas, y era visible que todas volvían la cabeza hacia quien les hablaba.
¿Qué buscas aquí?, le preguntó asombrado.
¿Qué voy a buscar? le replicó aquél. ¡Lo mismo que tú, aguafiestas, la felicidad en la tierra!
Y para ello quisiera aprender de estas vacas, pues has de saber que llevo media mañana hablándoles. Si no nos convertimos y no nos hacemos como las vacas, no entraremos en el reino de los cielos. De ellas tenemos una cosa que aprender, a rumiar. Y, en verdad, si el hombre conquistase el mundo entero y no aprendiese esa única cosa, el rumiar, ¿de qué le serviría lo demás?
No escaparía a su tribulación, a su gran tribulación, que hoy llamamos náuseas”.
Francisco de Asís está hablando con un rebaño de vacas cerca de la cabaña del visionario Zaratustra.
Todo en las vacas da testimonio de su amor por la lentitud y por el silencio: sus movimientos parecidos a los de una marcha procesional, la manera de levantar la cabeza para mirar como si lo hicieran sin memoria, el toque pausado del cencerro, pero, sobre todo, el hecho de rumiar, en la lentitud que transmiten los paisajes que frecuentan.
Esta imagen de un prado de vacas concentradas en pastar y rumiar,
desocupadas de sí mismas e impertérritas ante cualquier otra cosa exterior,
no tiene nada de metáfora de actualidad, pero me lleva a ella en forma de contra corriente.
El corrosivo Nietzsche quiso hacer coincidir a San Francisco de Asís y a Zaratustra, cuando pasaba éste por el espacio de “El Mendigo Voluntario”, quien llevaba media mañana en compañía de las vacas dirigiéndoles la palabra, estando convencido que en cualquier momento iban a contestarle, cuando apareció Zaratustra asustándolas.
El santo de la tierra y de los sin tierra consideraba necesario aprender de las vacas para buscar la felicidad terrenal,
hablándolas no alborotándolas,
aprendiendo su rumiar perseverante y, antes, su serenidad de mirada frente al mundo que les rodea.
Pasaje memorable como todos los de Así habló Zaratustra, que a buen seguro influyó en El Libro de la Pobreza y de la Muerte que Rilke escribió en el marco del Libro de Horas.
Qué imagen ésta de unas vacas rumiando, que los expertos en realidad y los adictos de las redes nunca señalarían como lugar propicio desde donde mirar y aprender. Pero lo hace Nietzsche.
La rumia,
que identifico con la reflexión,
que solo puede ser pausada y lenta,
pues nacemos de golpe, pero crecemos y maduramos muy despacio, como lo hacen plantas y minerales.
Las personas rumiamos metabolizando lo que vemos y hacemos:
que consiste más en profundizar que en avanzar,
y el método es dar vueltas y más vueltas a los mismos asuntos,
tratando de sacarles punta,
como si las palabras e imágenes se quedasen con más de lo que dicen y muestran,
como si nunca supiéramos del todo lo que intentamos saber,
por eso, cuando frecuentemente oímos al listillo que pronuncia “ya lo sabemos”, es señal clara para hacer decaer la conversación, nos está diciendo que no interesa saberlo, de manera parecida a cuando hace unos días una persona me espetaba que había aprendido a ser viejo en un fin de semana, en clara señal de que el tema no era bien recibido. Y es que el pensar que requiere rumia tiene mucho que ver con la crítica,
con la auscultación de uno mismo a riesgo de que puedas descubrir paisajes inaprendidos u oscuros,
con el examen de lo que significan las cosas en sí mismas y no solo bajo la presión de su utilidad y de su instrumentalidad,
con el sentido de la vida (si lo tiene o no),
con el cotejo del sentido de las cosas y de las relaciones,
con la observación de los efectos y circunstancias de los deseos, afectos y pasiones,
con el discernimiento permanente de lo que es bueno como persona y como sociedad si no lo sabemos y, si lo sabemos, su cuestionamiento.
Mala época para pensar, pues la hegemonía del conocimiento y de la tecnociencia han puesto contra las cuerdas la experiencia del pensamiento y del saber.
(Espero no haber utilizado a las vacas como símbolo de mansedumbre y de resignación; interpreto que las vacas que aparecen aquí prefieren, como la de Maiakovski, dar cornadas contra la locomotora de la irreflexión y de la estulticia, sea en su forma vulgar o bajo su forma de estupidez arrogante).