Textos Casuales

Noche oscura en la calle Balmes

Joan Margarit escribió este poema al dictado de la noche en que nació su hija Joana afectada por el síndrome de Rubinstein-Taybi, una grave enfermedad que sumaba una severa deficiencia mental y abundantes problemas físicos de variada índole.

Dice Margarit

“que esta situación, como cualquier otra más o menos límite, no resulta ni de lejos lo dramática que puede parecer vista desde fuera”.

Dice también

“que Joana sabía que su subsistencia dependía del afecto de los que la rodeaban y aprendió muy pronto que solo el afecto genera más afecto, lo que abre una gama de compensaciones sentimentales que pronto equilibran otras deficiencias y que hacen que la felicidad resultante no varíe mucho de lo habitual de las situaciones llamadas normales”.

Y añade

“pero todo esto uno lo aprende con dificultad y lentitud durante muchos años”.

La lectura, en estos días, de estas reflexiones y del poema que las inspira, me traen hasta aquí para decir algo acerca de  situaciones en las que el ser humano se abisma en el dolor que parece imposible de superar.

Decir algo a sabiendas, claro, que no hay dos situaciones iguales, ni siquiera esencialmente iguales, y, por lo tanto, quienes las experimentan las sienten incomparables, y no pueden afrontarlas de la misma manera: salta a la vista que no siempre hay una enferma que aprende en seguida que solo el afecto genera afecto. También sé que las situaciones dramáticas llegan en situaciones y circunstancias muy distintas, distintos los recursos disponibles para afrontar la situación extraordinaria, tanto a nivel personal, familiar, social, estatal…

Pero yo diría que todas coinciden en que necesitan del aprendizaje.

Se pueden afrontar…aprendiendo

Este aprendizaje del “saber” acontece con dificultad y con lentitud,

dando vueltas y más vueltas,

pen-san-do.

“Conocer” tiene dificultad, pero no practica la lentitud: no sirve para la casuística a la que aquí nos referimos.

La ciencia y la tecnociencia produce conocimiento centrado en problemas técnicos, es decir, aquellos que tienen una respuesta técnica, es decir, una solución. 

Si los problemas no tienen una respuesta técnica, la ciencia los elimina de la agenda y dejan de ser problemas. Es esto, quizá, lo más dramático que nos acontece:

que hemos desahuciado lo que más necesitamos, tanto en la acepción de perder toda esperanza como en la admisión de que hay enfermedades y situaciones dramáticas que no tienen remedio a la vista, y que exigen que nos relacionemos con la adversidad quizá por mucho tiempo, o por siempre;

lo hemos desahuciado porque hemos considerado que no es rentable dedicar tiempo a ello.

Vuelvo a pensar en el pasaje de las vacas rumiando en el Zaratustra de Nietzsche,

en la manera convertir el pensamiento y el silencio,

el silencio y el pensamiento,

en flujo sanguíneo, en energía poética, en materia celular, pues…

esto es saber, esto es la sabiduría, éstas son las capacidades propias para el afrontamiento de la oscuridad y de la noche, que permiten vivir algo que todavía no puede ser conocido.

Y hacerlo a la vez que la vida misma, no después, pues no podemos separarnos de la vida para reflexionar sobre el significado de las cosas que acontecen, del mismo modo que no podemos apearnos del tres mientras está en marcha;

si se hace después…llega “la noche oscura en la calle Balmes” donde Joan Margarit descargó la amplia maleta de sentimientos y emociones contradictorias experimentadas en las fechas alrededor del nacimiento de su hija.

Y se tiene que iniciar entonces el aprendizaje, que es difícil y lento, estaremos llegando tarde a la vida.

Aprender…la verdad, aunque la verdad de la vida, de entrada, produzca fastidio y amargue la vida.

Aprenderla sin esperar a que me la enseñe la propia experiencia. Después de la experiencia propia el comportamiento siempre es reactivo y, a veces, ya es tarde para aprender: la vejez se aprende en las etapas joven y adulta de las personas, y la muerte se debe aprender desde siempre.

No me parece que sea más importante lo que hacemos que lo que pensamos que queremos hacer, lo que solucionamos frente a lo que planteamos, lo que respondemos frente a lo que preguntamos.

La auto reflexión de Joan Margarit me ha parecido excepcionalmente ilustrativa: no sé cómo deciros cuánto me hace sentir lo que dice.

Me parece que lo dramático de la vida es la incapacidad de “vitalizar” situaciones que no tienen solución técnica, pero sí solución filosófica, que es integrar las decisiones que se toman en la propia vida y hacer unidad con ella (pensentir) para dar alcance a la plenitud del sentimiento de lo real, que es en lo que puede consistir la alegría, esa que se siente cuando sentimos algo verdaderamente real, que no caduca, esa alegría que se aviva con la llegada de cualquier viento.

La realidad: con sus dos mitades: que descarta la ficción, la virtualidad, la idea, creencias, fantasmagorías…

Filósofos en la noche los llamaría, capaces de hundir raíces en lo profundo del ser humano, de dar testimonio de la condición humana, insistentes en averiguar:

cómo ser humano,

en este mundo,

con criterio independiente de los modos habituales de medir y sopesar la vida.

Así llamaría a todos aquellos que un drama personal,

o familiar,

o social…

les ayudó a transformarse en personas mejores de lo que serían sin haber pasado por él,

y será señal de que “filosofar” es el suelo fértil donde puede brotar la sabiduría.

Pascual García Mora

Artículo escrito por Pascual García Mora, compartiendo pensamientos y reflexiones desde Scholé.