Con la expresión de “renovación democrática” quiero decir que no debiéramos considerar la democracia instalada indefinidamente, sino vivirla como algo que hay que cuidar y renovar al compás de las circunstancias cambiantes y de nuestro propio cambio, pues se trata del invento más valioso que la sociedad ha logrado para procurarse paz y bienestar.
No resulta difícil mostrar el panorama democrático en el mundo como algo preocupante.
Existen países muy importantes en los que líderes autocráticos han llegado a alcanzar el poder produciendo un importante retroceso democrático, entre ellos EE.UU es el más significativo, pero también Brasil, y países cercanos a Europa como Egipto o Turquía, país este último que aún tiene el estatus de candidato a la Unión Europea. Dejo sin nombrar a países que nunca han sido democráticos como Rusia y China, pero de una inmensa importancia: Rusia por su cercanía e influencia, y China porque se trata del país más poblado del mundo (1.400 millones de habitantes), en vías de ser el sucesor del imperio americano y con una inmensa capacidad, ya, de problematizar las relaciones internacionales.
Pues bien, la deriva autocrática tampoco es ajena a Europa, donde el retroceso democrático llega empujado por vientos nacionalistas y populistas, propiciados por las crisis económica de 2008 y de la inmigración, por la globalización y las burbujas financieras que han provocado altas caídas de la población en la precariedad, en la desigualdad, y hasta en la exclusión.
Crisis estas que han puesto bien claro las insuficiencias de la democracia liberal representativa para hacer frente
tanto a los efectos devastadores del triunfalismo del mercado que nos llega desde Ronald Reagan y Margaret Thatcher
como al espectacular fracaso de los mercados financieros evidenciado en 2008.
Es cierto que, en general, el mundo de hoy es mejor que el de nuestros padres y abuelos, pero por mucho que hablemos de progreso, y de progreso efectivo…
no podemos pensar en el cierre de ”lo social”: una sociedad sin antagonismos es letal en el espacio democrático,
ni pensar “lo social” en términos de fervorosas luchas de clase: las “multitudes específicas” deberemos empezar a pensarlas como formas sociales de la contemporaneidad que señalan un marco posible para una democracia no representativa, no estatal,
menos podemos abandonar “lo social” en manos de la economía de mercado que está transformando la sociedad en una “sociedad de mercado” que todo lo mercantiliza convirtiendo el vivir en la más eficiente fábrica de desigualdad.
No bastará reclamar políticas de izquierdas.
Es imprescindible ser consciente de que no se puede ser de izquierdas a las maneras de épocas pasadas, incluidas las no lejanas,
ni dar por suficientes, o correctos, los equipamientos conceptuales y teóricos que traemos desde la juventud,
ni hablar y hablar de igualdad sin repensar a fondo en debates públicos razonados el papel y alcance de los mercados,
ni que basta el sentido común al que tanto se recurre desde la derecha y desde la izquierda, pues eso que llamamos “sentido común” es un constructo resultado de cómo es y cómo funciona la cultura de cada momento, de manera que otro sería el sentido común si otra fuese la cultura.
Es necesaria abordar la propia renovación democrática, que deberá ser, por un lado, renovación de la democracia partidaria con fórmulas de participación ciudadana ajenas al populismo, que mejoren nuestro sistema de representación: toda una tarea por hacer. No hay, hoy, alternativas al Estado de Partidos, pero sí a la democracia interna de los partidos, pieza clave esta para la salud de la democracia del Estado de Partidos, que es nuestro Estado social y democrático de derecho.
La renovación democrática debe, también, explorar las posibilidades de la acción política en las sociedades de masas actuales, entendiendo la democracia y el poder político como práctica ciudadana de la acción colectiva,
como la defensa de lo público desde la sociedad civil,
es decir, desmonopolizando lo político de la política stricto sensu.
Deberemos dar más relevancia a los movimientos sociales que vehiculan objetivos y aspiraciones que los partidos tradicionales no han sido capaces de canalizar, ni tampoco, de manera sostenida, los emergentes de izquierdas como los que representan Syriza en Grecia, el Movimiento 5 estrellas en Italia o Podemos en España, partidos estos que pretendieron responder al descreimiento indignado de mucha gente ante las maneras tradicionales de hacer política por los partidos tradicionales.
Junto a la soberanía del Pueblo se abre camino la soberanía de “Los Muchos”, con las ventajas, ambivalencias y riesgos que ello conlleva.