Primera Etapa

Ruido y distracción

“Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo”,  que Carlos Marx escribió en 1845 en su Tesis sobre Feuerbach.

Desde luego, se trata de transformar el mundo en una determinada dirección que compense otras transformaciones que en todo caso se producen, y, para ello, el ser humano no puede dejar de interpretarlo,

con el imprescindible recurso del conocimiento,

aprendiendo a ver.

No resulta fácil “ver” lo que está pasando, pues el ambiente y los espíritus están llenos de ruido y de distracción, hasta hacerse ininteligible la política que se hace, más en un tiempo en el que el propio Estado se difumina en espacios de poder más amplios, más lejanos del voto,  más globales.

¿De qué sirve, entonces, un voto sin propia opinión?

¿Cómo ejercer, sin opinión,  el control público de los representantes políticos?

¿Cómo entender acerca de lo que pasa en la política careciendo de información interpretada?

Una persona, un voto, una opinión, un criterio: ¿cómo cultivar la formación de la propia opinión?

El punto de partida es la información.

Podríamos decir que, dentro de la imagen de una pirámide del saber, la información ocupa el primer piso, en donde habitan los hechos y los mecanismos primarios de lo que sucede. No podemos confundir el primer piso como la planta de la objetividad, pues no existen hechos objetivos sino hechos interpretados,

y relatados,

por alguien que tiene intención perceptiva, primero, y comunicacional, después. La información es el resultado de sumar hechos con intención: las estadísticas ocultan más que muestran.

Por otra parte, no es el déficit de información lo que caracteriza nuestro tiempo sino, más bien, el exceso:

en forma de miles de datos (hoy se registra cada clic que hacemos desde la creencia casi religiosa de la mensurabilidad de la vida),

de publicidad omnipresente (el capitalismo del consumo introduce el diseño de emociones para estimular ilimitadamente las compras y, antes, la necesidad de comprar),

de opiniones múltiples y contradictorias que se multiplican en las redes sociales (¡!qué lástima, con el potencial de positividad que encierran!!),

de mensajes en múltiples direcciones (que diluyen la frontera de lo verdadero).

La información es tanta y está tan a la mano que

confunde,

desorienta,

paraliza,

dificulta conformar una opinión propia.  Byung-Chul Han dice: ”Cuanto más libre es la información, menos libres son las personas”, (La Maleta, número 29), ¡!pero no tendría por qué ser así, podría ser de otra manera!!.

En el piso segundo de la pirámide del saber está el conocimiento asociado a la reflexión sobre la información. La reflexión  desecha, selecciona, jerarquiza, ordena.

Podríamos relacionarnos con la información de manera más racional, más ilustrada.

Frecuentemente, en nuestras sociedades del espectáculo hasta los escándalos funcionan como ruido, como disipación, como entretenimiento, hasta el punto de no experimentar, que es cuando el escándalo alcanza su mayor nivel de banalización, y, con ello, triunfa la lógica despolitizadora del poder: distrae y vencerás.

Una persona, un voto, una opinión propia.

El voto ya se consiguió (el voto femenino desde hace 85 años). La opinión propia generalizada está por conseguir.

Necesitamos reformas que mejoren nuestra cultura jurídica y política con alcance general, necesitamos no necesitar tanto la distracción para subsistir, necesitamos subsistir menos y vivir más para que “la distracción” sea más específicamente humana.

Para reconquistar la política y rejuvenecer la democracia necesitamos ciudadanos: la virtud política de los ciudadanos  y su participación activa son el nutriente de la democracia y la base para hacer posible el progreso, un progreso de equilibrio con el planeta, y de justicia y de equidad con las personas.

Pascual García Mora

Artículo escrito por Pascual García Mora, compartiendo pensamientos y reflexiones desde Scholé.