El primer domicilio de Rilke en París estuvo en rue Toullier, 11; allí se instaló un 28 de agosto de 1902.
Llegó a esta Gran Ciudad con el objetivo inmediato de cumplir el encargo de redactar una monografía sobre Rodin. En esta dirección están datadas las dos primeras cartas que Rilke le escribió.
Toullier, 11, es, también, el arranque de “Los Apuntes de Malte Laurids Brigge”; esta primordial y vanguardista novela autobiográfica del siglo XX no arranca con una frase, arranca con una data: “11 de septiembre, rue Toullier”,
para a continuación, apuntar con un interrogante:
“¿De modo que es aquí a donde vienen las gentes para seguir viviendo? Más bien hubiera pensado que aquí se muere”
París fue esa ciudad a la que quiso llegar como una solución:
para hacer frente a un tiempo lleno de dificultades económicas, familiares y personales,
para hacer algo,
para adquirir algo.
París fue esencial en la etapa central de la obra de Rilke y está muy presente en el primer tercio de su obra.
Luego Rilke fue nómada, viajero impenitente…pues seguramente llegó a pensar que ninguna ciudad moderna alberga la posibilidad de constituirse en un poder transformador, sino que más bien invitan a vivir sin darse cuenta, como puso bien de manifiesto en El Libro de Horas. Rilke hizo de la itinerancia su forma de vida, de manera que en su estudio es más relevante el espacio que el tiempo, y más decisivo:
Lo que ve,
Su capacidad de internalizar lo que ve,
De me-ta-bo-li-zar-lo,
De transformarlo en obra de arte desde la experiencia.
Si te acercas a Rilke no te podrá resultar de menor importancia los lugares donde se alojaba y la cierta naturalidad con la que se albergaba en hoteles, apartamentos, pisos, casas de amigos, casas de admiradoras, mansiones, castillos, balnearios. Pero, a la vez, le apremiaba la necesidad que tenía de comunicar direcciones, pues una parte sustancial de su obra son sus cartas y necesitaba que los demás supieran dónde se encontraba, dado lo poco que agradaba a Rilke estar y sentirse deslocalizado. De ahí la importancia que tuvieron las miles de cartas que escribió para este poeta nómada y solitario que, a su vez, necesitaba de manera imperiosa la presencia de las personas, de manera que fueron las cartas con tinta, sobre y sello las que le permitieron compensar el desarraigo territorial y su nomadismo biográfico, y, de paso, nos permitieron, de manera privilegiada, observar la variedad y la intensidad de las relaciones personales y humanas del poeta, además de una insospechada fuente de claves para entender y disfrutar de su obra.
El no tener un domicilio estable tiene graves consecuencias para un escritor, pues le planteaba el problema de gestionar sus libros: “Una maleta y una caja de libros”:
así lo dice Malte, su alter ego en Los Apuntes.
Y los lugares, ciudades y países que visitaba.
Sin su viaje a Ronda, o a Toledo, o a Egipto, o a Rusia…quizá sus Elegías y Sonetos a Orfeo no serían lo que han sido. Viajaba para hacer acopio de imágenes, de símbolos que le sirvieran para expresar su universo. Pasear por una ciudad significaba para Rilke encontrar sentido en las cosas de menor apariencia y contemplarlas con ojos iluminados, capaces de reparar en cualquier pequeñez.
Sin domicilio fijo y sin patria (menos mal), pero para nada un desarraigado: estaba muy bien arraigado en la diversidad de países y de herencias. Quizá París sobresale.
Rilke dice en una carta en marzo de 1926 a una amiga que le preguntaba lo que más le había influido en la vida:
“Quizá se debería volver a la infancia, quizá le debería hablar de ciertos viajes, de encuentros, de haber vivido en tales o cuales ciudades. Usted ya se puede imaginar cuánto influjo han tenido en mí ciertos ambientes, los varios países en que, por una repetida paciencia y generosidad de mi destino, he permanecido no solo como viajero, sino que he podido realmente habitar con las más vivas conexiones del presente y el pasado de esos países”.
Viajero:
de países y de ciudades,
entre personas a través de las cartas que escribía,
viajero infatigable en su propia habitación.
Y, entre las direcciones: Toullier, 11, su entrada en París, el impacto del mundo moderno, obsceno y dolorido de la Gran Ciudad. Una calle anodina entonces y hoy, pero en medio del Barrio Latino, junto a La Soborna, junto al Panteón, junto a muchas de las calles que aparecen en el Malte Laurids Brigge.
Para terminar, traigo a vuestra lectura unas palabras de Lou Andreas-Salomé, la mujer que más, y mejor, ayudó y comprendió a Rilke en su proceso de ser y de ser escritor. Estas palabras las pronunció en 1934, ocho años después de la muerte de Rilke:
“Cada vez que nos encontrábamos y conversábamos, vivíamos en ese eterno presente del que extraías tu propia fe, como esos seres que no han perdido el instinto de su infancia y sus pasos no pueden extraviarse porque permanecen orientados hacia el fundamento originario de su vida. En esos instantes, aparecía otra vez el Rainer con el que una podía estar sentada y cogida de la mano, como en un refugio inefable”.