El quince de junio, fecha en que se constituían los Ayuntamientos en más de ocho mil municipios, me pareció el día más festivo de la democracia y el de un país entero.
Todos los ciudadanos podían “tocar” ese abstracto que llamamos de-mo-cra-cia, y que Manuela Carmena, con su palabra cálida, sencilla, serena y alegre, la nombraba en su despedida como “ese valor enorme”, de la que ella resultaba ejemplar con sus palabras “cálidas, serenas, sencillas y alegres”, mientras vivenciaba la contingencia del ejercicio de un cargo político, dando paso a otro que quería acabar con la herencia de Carmena en este neurótico tejer/destejer que tanto gustan a derechas y a izquierdas de este país cuando se producen cambios políticos.
Quien le sustituye en la alcaldía no ha sido elegido en la lista más votada (la de Carmena), pero le apoyan los votos propios, de Ciudadanos y …!de un partido que es extrema derecha!, es decir, que está en un extremo, ese lugar donde hay pocos ciudadanos porque caben pocos, casi siempre caben pocos, pues cuando caben muchos en los extremos (ha ocurrido demasiadas veces en la historia) parece que ha llegado el fin de la Historia humana (por eso, huir de la extrema derecha hubiera sido un espléndido ejemplo de valentía y una normalidad democrática, huir no siempre es cobardía).
Día festivo el de la escenificación de la democracia por antonomasia, la municipal, por ser ésta a la que más conviene la palabra democracia, por ser la más cercana en alguna medida a la democracia directa de la Polis. Con fragor, bullicio y oropeles se celebraba la fiesta en los consistorios y en sus alrededores en las grandes ciudades; de manera mucho menos bulliciosa, pero también festiva, en los pequeños municipios, es decir, en la inmensa mayoría de los lugares de España.
Tuve la impresión el día de la constitución de los Ayuntamientos de que,
pese a la falta de tradición democrática en España,
pese al cambalache de reparto de alcaldías en contra de lógicas municipales y electorales,
pese al oscurantismo en la gestión de la investidura de la derecha en el Ayuntamiento de Madrid,
y pese a que el lazo amarillo vuelve a lucir en la fachada del Ayuntamiento de Barcelona…
ésta,
la democracia que disfrutamos al amparo de la Constitución de 1978,
es ya percibida por la mayor parte de los españoles como el mejor sistema de gobierno posible, como la más eficaz manera de resolver los problemas colectivos, hasta el punto de poder convivir con la crisis de los partidos, la propia crisis de la democracia representativa y la entrada en las Instituciones de Vox.
Los ciudadanos queremos que nos representen, que los políticos electos ejerzan de representantes,
que decidan con responsabilidad y con riesgo en los distintos niveles donde se ejerce el poder político.
Los ciudadanos queremos que nos representen sin caer en la tentación de acudir con frecuencia a los electores para preguntarles lo que quieren, pues no siempre la participación directa mejora la democracia sino que puede ser, más bien, una falacia democrática de políticos poco responsables, de políticos que quieren a toda costa volver a ser elegidos cuatro años después porque ese, el cargo, es su puesto de trabajo, y, mientras, si conviene, se saltan los resultados de la consulta.
Ser elegido en unas elecciones por la mayoría que sea, incluso por la mayoría absoluta, sea en solitario o en coalición, no implica carta blanca para gobernar,
no implica olvidarse de que las personas que han votado y que han sido los electores pueden querer seguir siendo escuchadas, que la prensa libre es esencial en las democracias. La sociedad, en sus distintos agregados locales, autonómicos y generales, exige que se cuente con los ciudadanos no de manera retórica o chapucera sino efectiva, de manera que los políticos que han asumido los cargos tendrán que valorar el equilibrio entre la eficiencia exigida y la participación que se reclama, entre la perspectiva técnico-económica, tan invasiva, y el punto de vista socio-político tan imprescindible en términos de participación, de equidad y de justicia.
Las democracias no lo son, solo, de acceso al poder político (como acabamos de ver), sino, sobre todo, de ejercicio del poder político (qué hacen y cómo lo hacen): democracias deliberativas, democracias de cooperación en el marco de un necesario espacio ético compartido:
donde se permite y se hace posible el desarrollo de quienes cooperan,
donde las relaciones de cooperación prevalecen sobre las de dominación, por tratarse de la mejor manera de coaligar subjetividades en La consecución de objetivos comunes,
donde resultan imprescindibles mentes abiertas, no doctrinarias, capaces de dar importancia a la gradación, a los matices, a la gradualidad de los procedimientos, a la disposición para objetivos a largo plazo aunque sean otros quienes recojan los frutos.