Primera Etapa

Putas, guarras, zorras

La democracia en la que vivimos tiene poco que ver con un discurso limpio y respetuoso. Más bien, el discurso político y sobre política está poblado de palabrería obscena e irresponsable, como ésta que he seleccionado de “El País” (lunes, 17 de junio, página 18), donde se da cuenta de los insultos a las ediles de los comunes después de la investidura de Ada Colau, mientras cruzaban el escaso espacio que separa el Ayuntamiento y el Palau de la Generalitat.

Violencia machista “y feminista” contra las mujeres: entre los centenares de personas convocadas por entidades y partidos independentistas había hombres y mujeres; quizá en la vida civil ninguna mujer llamaría a otra mujer o a otras mujeres “putas, guarras y zorras”; en política, sí.

Así son los nacionalismos.

Así es el nacionalismo catalán:

entre nacionalismo y democracia, eligen nacionalismo;

entre nacionalismo y violencia de género, eligen las dos cosas,

entre totalidades e individuos, eligen totalidades,

entre salud y cáncer, eligen cáncer,

entre verdad y propaganda, eligen propaganda,

entre realidad e imagen, eligen imagen,

entre educar y adoctrinar, eligen adoctrinar,

entre gobernar y controlar, eligen controlar,

entre paz y violencia, eligen violencia edulcorada y disimulada:

entre Hegel y Kierkegaard, eligen a Hegel.

No las llaman traidoras como hacen los nacionalistas con los hombres (por ejemplo con Carles Puigdemont, en aquella fatídica noche): les añaden esa violencia solo referible a las mujeres por el hecho de serlo, y convierten la fiesta de la democracia en una lucha tribal, identitaria. Se lo tienen ganado, vino a decir después el candidato a Alcalde por ERC, “otro clima hubiera habido en la plaza si los concejales hubieran votado bien” (¡!!).

“Repensar la identidad nacional”:

no  lo van  a hacer,

re-piensan quienes lo pensaron,

no han leído lo nacionalistas catalanes a Kwame Anthony Appiah,

ni lo leerán: algunos intelectuales pueden facilitar hallar soluciones, pero eso sería el fin del chiringuito de los separatistas, prefieren “las mentiras que les unen”, que cultivan a base de persistente lluvia de sofismas en discursos,  propaganda, imagen, apariencia.

Pensar bien políticamente hablando es pensar con racionalidad no arrogante. 

En vez de pensar serena e imparcialmente,

estimulan actitudes favorables a la senti-mentalización,

al entusiasmo por la pertenencia a un “nosotros” restringido,

al aprecio por el paisaje y la cultura autóctonos,

la celebración de las tradiciones populares,

la fascinación por ciertas hazañas antiguas,

actitudes todas ellas con origen en el romanticismo, y reaccionarias todas: el romanticismo fue una reacción a posiciones racionales e ilustradas.

Actitudes y hábitos direccionados:

a convertir al pueblo en Pueblo,

a la gente en concepto,

a la materialidad de lo territorial en la inmaterialidad del alma,  espíritu del pueblo (Volksgeist, en la filosofía alemana que lo inventó y que teorizó el gran filósofo romántico Herder),

encarnado, sobre todo,

en la lengua y la literatura.

Las tensiones nacionalistas se basan, en gran medida, en que las personas no viven en territorios-nación monoculturales, monolingües, o  monocreyentes de una sola religión,

sino que,

más bien,

la realidad social es el cosmopolitismo, la pluralidad de lenguas, la variedad de creencias religiosas incluido la ausencia de estas, más la realidad indubitada de que todos pertenecemos a muchos pueblos.

En vez de pensar, los políticos catalanistas prefieren

simplificar, agrupar, estereotipar, etiquetar:

esencializar.

El esencialismo nacionalista se fundamenta en la creencia de que la nación es una realidad subyacente, una especie de naturaleza que no es posible observar directamente (está ocultada por la gran diversidad de la existencia), pero que dota a una agrupación de una identidad y explica sus similitudes.

En el lenguaje de los separatistas, el pueblo de Cataluña es considerado como un todo homogéneo, y es retorizado con la figura que llamamos “sinécdoque” de la parte por el todo, cuando la realidad dice que, en ese todo, lo que existe es diversidad.

En el lenguaje separatista, la declaración unilateral de independencia y todo lo que le siguió lo fue por mandato del pueblo catalán cuando la realidad es exactamente lo contrario, a saber, que quienes viven, trabajan y votan en Cataluña están profundamente divididos, votan divididos, pues más de la mitad no quieren la independencia de Cataluña: una parte no es el todo.

No nos engañemos, los políticos del procés no van a “re-pensar” la identidad catalana.

No se les va a ocurrir pensar a los políticos del procés que, si quieren vivir juntos y en armonía todos los que viven- trabajan- votan en Cataluña, es imprescindible que puedan mantener racionalmente y sosegadamente debates sobre aquellos asuntos que agitan profundamente sus pasiones, y eso pasa por la libertad democrática,

por ganar libremente adhesiones sin construir aversiones.

Nos lo recuerda Manuela Carmena en el Prólogo del libro “Los surcos del azar” de Paco Roca, en la preciosísima edición para la celebración del 75º Aniversario de la Liberación de París. Termina así el prólogo: “La libertad no está nunca asegurada y, por tanto, no podemos dar un paso atrás frente a los totalitarismos”.

Pascual García Mora

Artículo escrito por Pascual García Mora, compartiendo pensamientos y reflexiones desde Scholé.