22 de febrero,
jueves
Otro milagro de la primavera.-
Hace unos años fuimos a Colliure para visitar la tumba de Antonio Machado.
En ese momento, no había nadie en el lugar donde reposa al lado de su madre, salvo dos ramos de flores frescas.
Lloré de vivísima emoción, pues estaba allí de manera muy deseada.
Murió el 22 de febrero de 1939, muy pocos días después de haber salido de España en las lamentables condiciones que conocemos. Lo hubieran matado quienes estaban ganando militarmente la guerra; lo hubieran matado quienes, un año antes, de manera apresurada, habían nombrado Académico de la Lengua a su hermano Manuel, y, pese a ello y al poeta que era, quizá no se atrevió a interceder enérgicamente por su hermano y por su madre ya en los finales de la guerra civil.
Pocos saben hoy dónde se encuentra enterrado Manuel (lo que lamento), y son muchos, y de muchos países, quienes siguen visitando a Antonio en el pequeño y bellísimo pueblo marino de Colliure. No puedo desear que los traigan a España. Donde mejor sobreviven es en el lugar que les acogieron en unas circunstancias imposibles y tristísimas.
Es veintidós de febrero, ya esperando el milagro de la próxima primavera.
23 de febrero,
viernes
La escasez de agua.-
La primera labor de la mañana era cargar la palangana de agua a partir de una tinaja/depósito que almacenaba la que durante la semana habíamos transportado allí. Esto ocurría en uno de los pueblos de Teruel donde vivíamos allá por los años de 1948.
Había que acarrear el agua desde un manantial que estaba a unos dos kilómetros del pueblo, al que se llegaba a través de un camino pedregoso, solo practicable para los burros, tan frecuentes y necesarios entonces, equipados de un serón capaz de transportar cuatro cántaros. Nosotros no disponíamos de estos animales y teníamos que alquilarlos a cambio de abonar dos cántaros llenos del oro líquido al propietario.
Y llovía más que ahora, pero menos de lo necesario en algunos años, de manera que asistí varias veces a las llamadas rogativas procesionadas acompañando al Patrón o Patrona de aquellos pueblos de Teruel por donde pasamos para implorar la lluvia, no para las casas, claro, sino para los campos, pues el cereal, la remolacha azucarera, la patata, la alfalfa y el pipirigallo eran imprescindibles para el implacable modus vivendi en el campo de la postguerra.
Pero, aunque lloviese, el agua que llegaba a las viviendas era escasa y costosa.
Ahora, oficialmente, hay escasez de agua, pero todos disponemos de una ración de agua de 200 litros por persona y día, que sale de cada grifo que tenemos en nuestras casas.
No me extraña que, viniendo desde allí, tenga la sensación de vivir en la abundancia, de manera que podría ser muy fácil atemperarnos socialmente a la realidad, pero en este país está muy generalizado el pensamiento de que todos queremos lo mejor para todos, pero sin sacrificios personales para uno.
24 de febrero,
sábado
El olmo seco de Antonio Machado.-
Al olmo viejo, hendido por el rayo
y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril y el sol de mayo
algunas hojas verdes le han salido.
¡El olmo centenario en la colina
que lame el Duero! Un musgo amarillento
le mancha la corteza blanquecina
al tronco carcomido y polvoriento.
No será, cual los álamos cantores
que guardan el camino y la ribera,
habitado de pardos ruiseñores.
Ejército de hormigas en hilera
va trepando por él, y en sus entrañas
urden sus telas grises las arañas.
Antes que te derribe, olmo del Duero,
con su hacha el leñador, y el carpintero
te convierta en melena de campana,
lanza de carro o yugo de carreta;
antes que rojo, en el hogar, mañana,
ardas de alguna mísera caseta,
al borde de un camino;
antes que te descuaje un torbellino
y tronche el soplo de las sierras blancas;
antes que el río hasta la mar te empuje
por valles y barrancas,
olmo, quiero anotar en mi cartera,
la gracia de tu rama verdecida.
Mi corazón espera
también, hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.
Soria, 1912.