Dietario Desde Mi Jardin

Dietario desde mi jardín - Flor de Azahar

23 de septiembre,

viernes

Hijos.-

Escuchamos con frecuencia la necesidad de actuar para que las mujeres no tengan que sacrificar su carrera profesional cuando deciden tener hijos, idea esta que claramente está denunciando una situación injusta sin paliativos,

pero…

(ay las conjunciones adversativas que tanto nos alertan y ayudan para contrarrestar, matizar, ampliar, disminuir… ¡!benditos “peros!!)

a la vez, asocia la tenencia de hijos a una situación de “sacrificar” algo.

Todos sabemos que la crianza de los hijos ocupa un espacio continuo, de lunes a domingo, que necesariamente desplaza otros “quehaceres”, que también deben ser atendidos.

 Lo esperable sería que quienes desean tener hijos estén dispuestos a  recomponer su propio espacio vital (es una elección y, por tanto, aporta limitaciones), y que puedan hacerlo en el marco de un Estado  que favorece e impulsa la solidaridad en algo tan esencial socialmente hablando (no individualmente hablando), como es la reproducción de la especie.

Y lo deseable al cuadrado es que a “eso” no le llamemos “sacrificio”, al menos por dos razones:

La primera por la carga negativa que lleva la palabra, que acabará pesando sobre los hijos, mientras se acostumbran a sentir y a pensar que son vividos como una carga y no como una bendición.

La segunda porque “la carga” puede acabar pesando sobre el progenitor o progenitores, que convierten las tareas normales de la crianza y de la convivencia en renuncias, que fácilmente metamorfosean en malos humores, malentendidos, agresiones, descontentos por cualquier cosa, y acaban quebrando la buena estancia y convivencia en el hogar.

24 de septiembre, sábado

Libros.-

Los arranques de los libros me han atraído siempre y, por eso, a veces, busco uno con la única finalidad de releer su comienzo. Así me ha ocurrido esta mañana con Pedro Páramo, de Juan Rulfo:

Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo.

Mi madre me lo dijo.

Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera.

Le apreté sus manos en señal de que lo haría; pues ella estaba por morirse y yo por prometerlo todo.

“No dejes de ir a visitarlo -me recomendó-. Se llama de este modo y de este otro. Estoy segura de que le dará gusto conocerte”.

Entonces no pude hacer otra cosa sino decirle que así lo haría, y de tanto decírselo se lo seguí diciendo aun después que a mis manos les costó trabajo zafarse de sus manos muertas.

Todavía antes me había dicho:

- No vayas a pedirle nada. Exígele lo nuestro. Lo que estuvo obligado a darme y nunca me dio…El olvido en que nos tuvo, mi hijo, cobrárselo caro.

- Así lo haré, madre.

Pero no pensé cumplir mi promesa. Hasta ahora pronto que comencé a llenarme de sueños, a darle vuelo a las ilusiones. Y de este modo se me fue formando un mundo alrededor de la esperanza que era aquel señor llamado Pedro Páramo, el marido de mi madre.

Por eso vine a Comala.

25 de septiembre, domingo

Flores.-

Me gustan tanto las flores porque no quieren nada de mí, nada me deben de su belleza:

no me solicitan que participe,

ni que comparta aroma con ellas,

ni que me comunique…teniendo tantos motivos para pretenderlo,

ni a mí se me ocurre “participar” más allá de admirar y de aprovecharme.

Me pregunto sobre tantas ofertas de participación que me llegan desde el omnipresente, ridículo y gregario compartir, y sobre tantas insistencias acríticas de inclusión, en un mundo en el que, simultáneamente, mucha gente no comparte nada de lo elemental, ni participa en nada de lo que verdaderamente le importa.

Me alzo de gratitud con las flores que contribuyen a templar mi ánimo para no gritar: ¡!por favor, dejadme tranquilo, no quiero compartir nada, ni participar en nada, ni expresar mis gustos o disgustos!!

Porque…no me cabe duda,

nos quieren llevar al huerto con elegancia (nos están robando la participación y el compartir no por la vía del defecto sino por la del exceso, separando emancipación y preocupación):  me lo dicen las flores, que viven, solo, de ser regalo, sin necesidad alguna de nuestros datos.

Quién lo diría:  nuestras aliadas en supervivencia.

26 de septiembre,

lunes

El Bus Municipal.-

Hace ya años que, cuando subo a un autobús urbano, casi siempre hay alguien que se levanta para ofrecerme su asiento: cuánto me agrada y cuánto lo agradezco;

también gozo experimentar que mi cuerpo refleja mi edad, señal de que es el mío y no el de las clínicas estéticas, y, eso, el cuerpo lo sonríe y el alma lo eleva.

La gente del bus sabe de sobra que se trata de una atención para evitar riesgos a personas mayores, no de una simple comodidad.  

El Bono Bus municipal es una de mis tarjetas preferidas, a prueba de inflación y de inflamación, año tras año cuesta 20 euros, el año entero, como si el Ayuntamiento supiese que hay personas que lo usan incluso para una sola parada, porque una sola parada ya es una gran distancia.

Y esto tan normal pero tan maravilloso sucede…porque vivo en medio de otras personas, incluso de aquellas que no necesitan coger el Bus, de manera que canto alabanzas por vivir rodeado de otras personas.

Pascual García Mora

Artículo escrito por Pascual García Mora, compartiendo pensamientos y reflexiones desde Scholé.