28 de abril, viernes
La Gran Fuga.-
No hay ningún año que te haga más joven; con cada uno que cumples, envejeces.
Cuando alcanzas la vejez, es algo así como si cada Edad que vas cumpliendo bajase el volumen de la vida y se oyese en formato de susurros en vez de voces, quizá no en todas las cosas, pero sí en muchas.
Seguramente Beethoven nunca pudo oír la Gran Fuga, el sexto movimiento del Cuarteto número 13 en Sí bemol mayor, pues ya estaba en los dos últimos años de su vida y su sordera era profunda (lo escribió en 1825).
¿No pudo oír su “Grobe Flucht”?
Quien sabe, pues supo, con convicción, que acababa de escribir la cima de su obra, aunque no gustase al público que asistió a su estreno.
Yo la escuchaba el otro día en L’Almodí, sin saber de qué manera pudo llegar a escucharla Beethoven.
29 de abril, sábado
Ver sacrum.-
” “Ver sacrum” es “primavera sagrada”.
La veo cada día a través de la ventana que mira al sur,
y también la veo en mi escritorio, sobre la alfombrilla donde apoyo el ratón, con el edificio de la Secesión de Viena, y la expresión “Ver sacrum” en su fachada, que seguramente sus artistas la eligieron porque hacían referencia con ella a un rito ancestral por el cual, cuando llegaba la primavera, se impulsaba a los jóvenes nacidos en un mismo año a que marchasen de la ciudad a fin de que fundaran una ciudad nueva. Y es esta idea de novedad y de creación la que quiso reflejar la revista “Ver sacrum” que, durante unos años, fue el órgano oficial de comunicación entre los miembros de la Secesión Vienesa, uno de ellos Klimt.
“Primavera sagrada” me recuerda uno de los cuentos que escribió Rilke en sus primeros tiempos de escritor (muy cercanos a la época de la revista) y que, ¡oh, casualidad! le puso el mismo título. Transcribo un fragmento que a mí me sabe a delicia de Rilke principiante:
“Cuando la primavera hace su entrada en una pequeña ciudad, !qué fiesta se organiza! Semejantes a los brotes en su reprimida premura, los niños de cabezas doradas se empujan fuera de las habitaciones de aire pesado, y se van remolineando por la campiña, como llevados por el alocado viento tibio que tironea sus cabellos y sus delantales y arroja sobre ellos las primeras flores de los cerezos. Gozosos como si volvieran a encontrar, después de una larga enfermedad, un viejo juguete del que hubieran estado mucho tiempo privados, reconocen todas las cosas, saludan a cada árbol, a cada breña, y se hacen contar por los arroyos jubilosos lo acaecido durante todo ese tiempo…”.
“Ver sacrum”: es mi rebeldía frente a una tecnología que ha “resacralizado” (y colonizado) el mundo con sus innumerables rituales.
30 de abril, domingo
Rue de L’Odéon, 21.-
Visité a Emil Cioran en su casa de París, en la rue de l’Odéon, número 21; vivía en el ático, hasta donde se encaramaba un ascensor minúsculo, tan pequeño que casi resultaba imposible respirar en él.
Mi visita no tuvo ninguna consecuencia, no logramos intimar en absoluto; Cioran era ya muy viejo y yo, con mi maldita timidez, no podía pretender que quisiera hacerse mi amigo. Luego lo vi en algunas ocasiones, cuando, afectado por la despiadada enfermedad de Alzheimer y a punto de perder los últimos restos de lucidez, era conducido por Simone, su fiel compañera de vida, por las mismas calles que, en sus tiempos, había recorrido como flâneur perspicaz e irónico. Yo apartaba los ojos para no verlos: el contraste entre el Cioran inteligentísimo de antaño y aquel pobre diablo con la mirada apagada me resultaba insoportable.
Pensaba entonces en los testimonios de aquellos que presenciaron el ocaso de la vida de Nietzsche y, en lugar de un filósofo genial, tuvieron que ver a un paciente alelado que balbuceaba sílabas incomprensibles.
Así lo expresa Adam Zagajewski en “Una leve exageración”,
y me duelo de que alguien me recuerde la fragilidad de la condición humana a través de estos dos genios del pensamiento,
y ese adentrarse implacable en los territorios de la vejez, que es camino igual para todos, aunque no sea de la misma manera, como innumerables ejemplos lo testimonian.