El artículo primero de la Constitución española dice que “España se constituye en un Estado social y democrático de derecho”, y, en el breve Preámbulo que lo acompaña, proclama su voluntad (la de la Nación española) de garantizar “un orden económico y social justo”.
Y una de las cuatro Vicepresidencias del recién nombrado Gobierno es de “Derechos Sociales”.
Y se alude de modo permanente al “diálogo social” como el único camino viable políticamente para fijar un calendario razonable de subida del salario mínimo en los cuatro años de esta legislatura, o para reformar el sistema de pensiones dentro del Pacto de Toledo donde participan los agentes sociales.
¿Qué añade un orden social a un orden económico?
Seguramente podemos encontrar una respuesta en el propio Preámbulo de la Constitución que habla de “promover el progreso de la cultura y de la economía para asegurar a todos una digna calidad de vida”.
Calidad de vida,
Vida humana,
Dignidad en el vivir.
De lo dicho quizá podríamos deducir que “lo social” es igual a sociedad, a “todos”, pues, en realidad, la “política” democrática es el gobierno de todos para todos.
Esta idea esencial de la política en “sociedades democráticas avanzadas” y de lo que entendemos por Estado social no se traslada a la realidad porque el orden económico que impera es, más bien, un desorden económico, que ha dado lugar permanentemente a demandas sociales, y, en las últimas dos décadas, a explosiones sociales, creando incertidumbres de qué puede ser lo siguiente si los desórdenes económicos y la injusticia social continúan y derivan, más que a una democracia avanzada, a una democracia irritada que cada vez desconfía más de las instituciones para hacer frente a los problemas y a los conflictos.
Tras la II Gran Guerra, las políticas socialdemócratas impulsaron incrementos muy notables de gasto social que dio lugar a lo que vino en llamarse Estados del bienestar en el marco de la ortodoxia del capitalismo liberal y que vino a dar respuesta a demandas sociales que difícilmente una democracia avanzada puede soslayar, concepto éste de Estado de Bienestar que no podemos confundir con el llamado Estado Social que nació en la Alemania imperial de Bismarck al margen del movimiento obrero y precisamente para domesticarlo (Curiosamente, ahí se produce el arranque de la Seguridad Social contributiva que conocemos y que tanto nos preocupa, y con razón, en estos momentos).
Está a la vista que esta evolución quebró por un conjunto de factores que comenzaron a finales del XX y se agudizaron en las dos décadas que llevamos de este siglo: El modelo socialdemócrata empezó a declinar hasta tenerlo hoy muy declinado en la medida que los componentes básicos que lo constituyen están diluidos o desaparecidos, lo que ha dejado al sistema de producción que llamamos capitalista sin el contrapeso de un movimiento obrero poderoso y con el viento a favor de una ideología neoliberal que le da vuelo.
De ahí la pregunta que da título a la reflexión de esta semana: ¿Es irremediable el capitalismo?
Yo, que me sitúo contra cualquier clase de absoluto, necesariamente tengo que contestar que no, pero también por hechos que están más cerca que los postulados teóricos, y que son los conflictos y desequilibrios que generan, hasta hacerse insoportables en muchas capas sociales y en muchos países (las explosiones sociales a las que antes me refería), que tienen mucho de frustración y poco de aspiración, como si la gente no supiera qué desear, situación muy paralela a como si los partidos y la política y los Gobiernos no supieran qué hacer más allá de.
No es irremediable el capitalismo, expresión ésta en la que espanta más el calificativo que el sustantivo. No es irremediable, no me quiero complacer en lo fatal de estos calificativos que empiezan por in y terminan por ble, pero no conocemos alternativas, todavía.
Lo que sí sabemos a fondo es que el capitalismo puede mejorar, pero también empeorar, y que sus empeoradores son muy emperadores. Que su capacidad de destrucción es enorme, pero también es grande su capacidad de innovación y de desarrollo.
Termino con el tan socorrido y tan imperecedero “hacer camino al andar”. Me refiero al camino que ha iniciado el nuevo Gobierno de coalición. Me gustarían pasos firmes en estas tres direcciones:
1ª.- Que pueda durar los 1400 días a los que se refirió el Presidente.
2ª.- Que impulsen de manera decidida los derechos humanos con énfasis en los de la mujer y en los de la infancia (tengo presente la invasión de los derechos de los niños que representa el “pin parental” que ya rige en la Comunidad de Murcia, de la mano de Partido Popular, Ciudadanos y Vox que gobiernan juntos).
3ª.- Que corrijan y propongan cambios significativos en materias fiscal, educación, empleo, sostenibilidad del sistema público de pensiones, innovación tecnológica y en trabajar en la inevitable transición tecnológica y energética.
4ª.- Que sean pacientes ante el contorsionismo político verbal y gestual de la bancada de la crispación, que no lo respondan, que no lo escuchen, incluso. Que no pierdan el tiempo en responder irrelevancias.
Que se muerdan los labios y no den ocasión a conversaciones-tertulias de distracción.
Que sean ejemplares en la vida parlamentaria y en las entrevistas y comparecencias en los medios, es decir, que comuniquen, que comuniquen bien, no entendiendo nunca que comunicar es hacer pasar la mentira por verdad.