La escuela forma parte del conjunto de instituciones, pràcticas y discursos que constituyen el orden social. Es lógico pensar que el cómo, cuándo, dónde, qué y para qué se enseña debe ser consistente con la sociedad y su funcionamiento. De ahí que la desconexión entre la dimensión ética de las personas y la política sea un objetivo que se está llevando a cabo en nuestras escuelas.
Para la escuela, hoy y aquí, no es importante la reflexión personal sobre qué normas morales y leyes son aceptables o no, qué es lo sustancial en cuanto a las decisiones relevantes sobre la mejor forma de vivir, cuáles son los medios y espacios adecuados para la realización de la propia existencia, o cuál es la finalidad de la misma. En suma, la reflexión ética sobre cómo queremos llegar a ser no se promueve efectivamente.
Es cierto que tenemos la asignatura de valores èticos (sólo para los alumnos que no eligen religión católica), la de Filosofía en 4º de la ESO (como optativa) y en 1º de Bachillerato como materia común para todos los estudiantes, quienes podrían cursarla en 2º de Bachillerato si así lo desean. Aunque con vistas a las pruebas de acceso a la universidad no hay mucho incentivo para que así lo hagan. Más vale esto que nada.
Este enfoque académico, además de no llegar a todo el alumnado, no garantiza la pràctica de la reflexión ética y política. Una cosa es aprender para examinarse y otra cosa es vivenciar el aprendizaje. La consecuencia es que difícilmente se puede producir el tránsito de la reflexión ética personal a las implicaciones políticas que se nos evidencia en la vida en sociedad.
En nuestras escuelas se habla de respeto, dignidad de las personas, de libertad y autonomía… de manera ideológica. Son banderas que legitiman unas pràcticas de conformación, mera instrucción y protección del menor contra la vida. Nada de esto es negativo per sé. Podemos pensar situaciones en las que la conformación sea necesaria en tanto que adaptación, y que se requiera instruirse para desempeñar unas funciones, o que se proteja a los menores de los peligros que ponen en riesgo su vida.
Lo cierto es que se va más allá. Se trata de sobreproteger a los menores, que no piensen por sí mismos, ni que actúen bajo el principio de libertad, o que asuman la responsabilidad de sus actos… así la sobreprotección actual de menor debe leerse como un instrumento de desprogramación política de los futuros ciudadanos, que quedarán eternamente infantilizados; de la tutela de madres, padres, educadores y dispositivos de entretenimiento pasarán a estar bajo la protección de los mecanismos sociales de vigilancia, control y entretenimiento; productivo aturdimiento.
En Suecia las escuelas están abiertas, no hay timbres entre clase y clase, los alumnos eligen parten de su horario y tiempo para autogestionar sus responsabilidades, crecen en autonomía efectiva desde primaria, reflexionan sobre sus objetivos académicos, sociales y existenciales, dialogan con sus profesores y padres, alcanzan acuerdos y se comprometen a cumplirlos… Los educadores actúan bajo el supuesto radical de que un niño es un igual, un ciudadano en formación; su tarea es mucho más importante que enseñar matemáticas, inglés o ética, aunque también lo hacen muy bien; menos contenidos, más vivenciados y promoviendo en cada caso la reflexión de los estudiantes sobre el sentido de lo que están haciendo.
De esta forma en Suecia se programa la política, desde la práctica de la igualdad y la libertad de personas que un día participarán en su comunidad política. Suecia 1. En España, la desprogramación política mediante la sobreprotección garantizará una buena cantidad de súbditos inmaduros para poder gestionarlos con docilidad. España 0.