La lectura de mi tesis será este mes. En estas semanas de preparación me he reencontrado con lo que escribí a lo largo de varios años hasta la versión de enero de 2022, que ahora ya tendría correcciones.
Pero que no serían de fondo. Sigo pensando, tal y como escribí, que el trabajo, su organización y su significación, son elementos centrales en las dinámicas de dominación contemporáneas, que son post-totalitarias. Las líneas de continuidad entre el mundo totalitario y este que le sucedió las aprendí con dos metáforas para mí inolvidables de la obra de Arendt: las tormentas de arena de un desierto en movimiento como imagen del totalitarismo y la vertiente devoradora de las sociedades de laboradores; las nuestras, nosotros. En ambas, está en juego el mundo como espacio en el que lo político, el ser plenamente con otros, es posible. Y más: convertidos en masa, somos superfluos. Con Marcuse y su reflexión a partir de Marx y Freud entendí cómo se va conformando esta conciencia feliz en la que Eros ha sido domesticado en cada uno de nosotros. Con ambos, las posibilidades de un más allá del trabajo, y el luminoso don de la imaginación, el viaje de la mente que permite traer al presente lo que está ausente, para iniciar algo nuevo.
Junto con eso que aprendí está lo que queda del diálogo sostenido, solitario e íntimo con esas dos personas que fueron Hannah Arendt y Herbert Marcuse. A ambos los releo ahora sobre todo con ternura. De Arendt recordaré el origen de toda su obra: su voluntad de entender y su búsqueda de luz en tiempos de oscuridad. También el significado para ella de educar como amor mundi, que determinó para siempre el mío. Y su Entre Amigas, preciosa correspondencia con Mary McCarthy, su otra más íntima. Su biografía de Rahel Varnhagen, que inauguró mis entradas en este blog.
A Marcuse llegué sin el deslumbramiento que supuso Arendt, aunque ahora para pensar el mundo necesito a ambos. Introdujo en mi tesis el lugar del deseo y de la sensibilidad, y una comprensión de la teoría marxista más allá de las estructuras. Recordaré que escribió Eros y Civilización mientras leía À la Recherche du Temps Perdu a la vez que su primera mujer enfermaba y fallecía. Que yo también leí À la Recherche durante los años de la tesis, y le entendí mejor.
De ambos, su inteligencia para contar su tiempo sin concesiones ni simplificaciones, su amorosa lectura de otros pensadores que les precedieron. Y aún más, sus esfuerzos por estar en casa en el mundo, a pesar de todo: del antisemitismo, del nazismo que les llevó al exilio, del exilio y de las vicisitudes de todas las vidas.
Escribir una tesis es hacer un viaje largo y con muchos momentos. Todos ellos desafiaron en profundidad lo que sabía del mundo y de mi lugar en él, también de mí misma. Me llevaron un paso más allá.
Es también un viaje que felizmente tiene un punto final: este final.